jueves, 4 de mayo de 2023

LA PESTE

La peste es cualquier enfermedad o padecimiento infeccioso grave, por contagio o no, que causa una gran mortandad. En España la peste bubónica se caracterizó por los forúnculos o bubones que aparecían en diversas partes del cuerpo, además de ser muy letal y producir mal olor.

La peste fue un fenómeno de primera magnitud en la sociedad, pues contribuyó, por su especial virulencia y continuos rebrotes pandémicos, con enormes consecuencias en todos los ámbitos, sobre todo en el paso de la Edad Antigua (s. V) a la Media, y en los siglos XIV y XV.

En el 1894, el microbiólogo suizo A. Yersin, discípulo de Pasteur, aisló el bacilo de la Pasteurella pestis, y especificó tres variantes:

  • Oriental. Apareció en China en el XIX, con sus reservorios naturales en el Extremo Oriente asiático, y Norteamérica.
  • Medieval. A raíz de la gran peste en Europa, así como en los rebrotes pandémicos del XVIII. Con el reservorio del bacilo en Asia Central.
  • Antigua. Apareció en las epidemias de los siglos VI-VIII. El reservorio estaba en África Central, en la región de los Grandes Lagos.

Con dos formas de infección:

  • Cutánea. Con dos tipos de síntomas, conocidos como bubónica y septicémica. En la bubónica, los síntomas eran fiebres altas, hasta 42º, y aparición de carbúnculos malolientes. Luego la inflamación del ganglio linfático en ingles, cuello o axilas. Tras la aparición de las bubas de color oscuro, de aquí su nombre “peste negra”, aumentaban las cefaleas, y los trastornos nerviosos. Con un período máximo de incubación y desarrollo de seis días, provocaba el 90 % de muertes. En la peste septicémica, los síntomas eran parecidos, pero más difíciles de detectar, puesto que no había inflamación del ganglio linfático. Las muertes eran del 95 % de los pacientes.
  • Mucosa pulmonar o peste neumónica. Los síntomas eran cefaleas, fiebres y taquicardias. En 24 horas aumentaba la dificultad respiratoria y la falta de coordinación motriz. Su incubación y desarrollo era de tres días, al cabo de los cuales los índices mortales eran del 95 %.

La peste es una zoonosis (enfermedad que pasa del animal al hombre), cuyo ciclo vital se desarrolla en ratas y pulgas (Xenopsylla cheopis). A través de la picadura de la pulga, huésped de una rata, se transmite la infección al hombre, de modo que los bacilos pasan al flujo sanguíneo y se localizan en los ganglios linfáticos. Se producen hemorragias internas, vómitos, tos y fiebre alta, que conducen a una crisis cardíaca y a la muerte. El contagio era fácil porque ratas y humanos estaban presentes en graneros, molinos y casas. La bacteria causante rondaba los hogares entre 16 y 23 días antes de que se manifestaran los primeros síntomas, y pasados entre tres y cinco días más se producían las primeras muertes. La enfermedad más corriente era la peste bubónica primaria, pero había otras variantes como la peste septicémica, en la que el contagio pasaba a la sangre, y se manifestaba con bubas en la piel, y la peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba tos expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. En el siglo XIX se superó la idea de un origen sobrenatural de la peste. El temor a un posible contagio a escala planetaria de la epidemia, que entonces se había extendido por amplias regiones, impulsó a la investigación científica, y fue así como los bacteriólogos Kitasato y Yersin, de forma independiente, pero casi al unísono, descubrieron que el origen de la peste bubónica era la bacteria yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y otros roedores y se transmitía por los parásitos, en especial las pulgas.

La enfermedad tenía su auge virulento en verano, bajando sus efectos mortales en primavera y otoño pues las condiciones medioambientales para la vida de las pulgas no se cumplían (temperatura entre 15-20º, y humedad relativa del 90 %). En invierno tampoco se cumplían las condiciones medioambientales, pero la peste pulmonar tenía la característica especial de ser la única que se contagiaba de humano a humano. Sus bacterias viajaban en la respiración y el aliento, que debido al frío adquiría forma de vaho.

Los efectos de la peste fueron devastadores, siendo la mortalidad de varios millones de personas, especialmente la infantil (60 %), mientras que, por sexos, los varones se vieron más afectados que las mujeres, cinco de ellos por cada una de ellas. Sus efectos sociales y económicas fueron:

  1. Reestructuración de los patrimonios nobiliarios, al cambiar de dueños los mismos, y desaparecer familias enteras de curiales, las elites gobernantes, provocan un éxodo de población rural (el campo fue menos afectado que la ciudad).
  2. La pérdida de efectivos humanos contribuyó a la falta de trabajadores, derivando en el incremento de los precios.
  3. La aristocracia cortesana y las oligarquías municipales vieron muy reducido su poder adquisitivo, sobre todo la eclesiástica, ya que el derecho canónico prohibía la enajenación de la tierra, privando a sus posesores de la posible reconversión económica.
  4. El incremento del censo enfitéutico fomentó la aparición de grupos de potentados locales, a veces con una administración independiente del poder central, e incluso ocupando propiedades de la Iglesia.

El feudalismo tiene una importante carga de todas estas consecuencias demográficas, económicas y sociales derivadas de la peste.

La primera peste de la que tenemos constancia es del año 166-167 que afecta a Hispania y sobre todo a Roma.

En el 250 con la primera persecución general contra los cristianos, también se produce otra gran epidemia de peste.

La peste Justinianea (541-544), debe su apodo a que el emperador bizantino Justiniano I se vio afectado por ella. En pleno apogeo del Imperio Romano de Oriente, partían cargueros desde el Mar Rojo, con mercancías procedentes de Arabia, Ceilán, China y África central, de donde el Imperio obtenía el oro para fabricar sus monedas. El bacilo viajó en los barcos (con ratas) que transportaban trigo, de Egipto como pago al Imperio Bizantino. El convoy que partió de Alejandría en septiembre del 541, hizo su escala técnica en el puerto de Peluse (actual Jordania), siendo el primer enclave afectado por la enfermedad, y presentó sus primeros síntomas en otoño. Rápidamente se extendió por Antioquía, Constantinopla, Roma, Cartago, Marsella, Tréveris y la Península ibérica. Incluso el imperio persa sasánida se vio afectado por ella, y Cosroes I, que había declarado la guerra a Justiniano I en el 540, tuvo que retirar sus tropas, por la peste, de la actual Trebisonda, en Asia Menor. En Constantinopla se llegaron a registrar 16.000 fallecidos en un día. En el Imperio bizantino fallecieron unas 230.000 personas, casi la mitad de la población. Europa nunca se recupera del desastre demográfico, puesto que, había nuevos rebrotes cada diez años más o menos. Las primeras manifestaciones de recuperación demográfica fueron barridas del mapa cuando la peste asoló nuevamente el ámbito mediterráneo entre los años 557-561 y 570-574. Entre los años 582-590 es muy virulenta en la Península Ibérica, donde falleció casi un tercio de la población de la franja costera mediterránea. Éstas continuaron entre los años 618-628, en plena época de las guerras entre bizantinos y persas, y entre el 684-699, época de la expansión del islam. Los últimos rebrotes del siglo VIII fueron muy duros, obligando a los gobiernos del Mediterráneo a efectuar repoblaciones forzadas entre el 740-750. En el 767 la población de Nápoles fue prácticamente arrasada (más de 30.000 fallecidos en apenas dos meses).

Libre de peste y con un clima más benigno, Europa conoció una época de esplendor económico entre los siglos XI y XIII. Los avances técnicos y el incremento demográfico propiciaron la extensión de los cultivos y el aumento de la producción agrícola. Pero el nuevo deterioro de las condiciones climáticas a principios del XIV, con veranos cortos y húmedos que arruinan las cosechas, producen una grave carestía de trigo. Estos períodos de escasez conocidos como hambrunas, acarrearon una subida considerable del precio del trigo, y lo hizo inaccesible a la mayoría de la población que, como es lógico, al estar peor alimentada era más susceptible de sufrir enfermedades.

En el 1253 se tuvo constancia de una epidemia de peste en Yunnan (sudeste de China), del imperio mogol. Muchos países europeos tenían intereses comerciales en la zona. Los genoveses tenían una colonia en Caffa (península de Crimea, Feodosia) a orillas del mar negro, que a pesar de resistir el asedio (1347) de los mogoles no evitaron que entrase el bacilo, y este fue llevado a Europa en los buques comerciales. Cuando tuvieron conocimiento de la epidemia, los mercaderes genoveses huyeron despavoridos, llevando consigo los bacilos hacia Italia, desde donde se difundió por el resto del continente entre 1346-53, con una gran velocidad de propagación. Algunos historiadores proponen que la modalidad mayoritaria fue la peste neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del aire hizo que el contagio fuera muy rápido. Sin embargo, cuando se afectaban los pulmones y la sangre la muerte se producía en menos de 24 horas, y a menudo antes de que se desarrollara la tos expectorante (vehículo de transmisión). Por tanto, dada la rápida muerte de los portadores de la enfermedad, el contagio por esta vía sólo podía producirse en un tiempo muy breve, y su expansión sería más lenta, por lo que se sugiere que la plaga fue, ante todo, de peste bubónica primaria. La transmisión se produjo a través de las mercancías de los barcos y personas que transportaban los bacilos, las ratas y las pulgas infectadas, y de este modo propagaban la peste, sin darse cuenta, allí donde llegaban. A pesar de que muchos contemporáneos huían al campo cuando se detectaba la peste en la ciudad, en cierto modo las ciudades eran más seguras, dado que el contagio era más lento porque las pulgas tenían más víctimas a las que atacar. Se ha constatado que la progresión de las enfermedades infecciosas es más lenta cuanto mayor es la densidad de población, y que la fuga contribuía a propagar el mal sin apenas dejar zonas a salvo. El índice de mortalidad alcanzó el 60 % en el conjunto de Europa.

A finales de 1347, la enfermedad se propagó por Italia, Francia y España, dejando 24 millones de muertos en el continente, lo que supone tres fallecidos por cada diez habitantes. Las Cortes de Valladolid en 1351, tratan de remediarlo con el “Ordenamiento de menestrales y posturas". En las ciudades, las Órdenes Mendicantes de Dominicos y Franciscanos realizan una gran labor entre los cada vez más numerosos marginados.

El 24/4/1348, Jaume d’Agramunt publicó una epístola dirigida a los regidores de la ciudad en ella se recomendaba no arrojar dentro de las ciudades o en su cercanía animales muertos y otros desperdicios orgánicos, así como quemar todo lo que hubiera estado en contacto con el infectado. Una vez fallecido el enfermo, había que recoger todas las ropas, muebles y objetos de su propiedad para quemarlos. El cuarto en el que había muerto se tenía que picar, revocar, blanquear las paredes y enladrillar el suelo. La quema de ropa, muebles y demás cosas había que hacerla en las afueras de la población, cuidando de que el humo no fuera en la dirección de aquella. En el XVII, Madrid, estableció que “la diligencia de quemar ropa, muebles y demás cosas sujetas a contagio se haga en los sitios hondos del soto de Luzón o del de Perales, a media legua de distancia de Madrid, de modo que los vapores no se introduzcan en la Corte”.

En el 1348 la peste negra se extendió por todo el Mediterráneo, en especial por Francia, e Italia (con un 50 % de muertes). Al año siguiente afectó a las islas británicas (un 25 %), Portugal estuvo a punto de desaparecer al perder un 65 % de su población. La península Ibérica pasó de seis millones de habitantes a dos y medio. Se extendió entre 1347-61, y en España entró por Gerona, Barcelona y Tarragona en la primavera de 1348, luego Navarra (un 65 % de muertes), y Cataluña (un 65 %). En 1349 se expandió por el reino castellanoleonés (Castilla un 40 % de muertes). En julio de 1350 el Alfonso XI, el Justiciero, falleció durante el asedio de Gibraltar, siendo el único monarca de Europa que murió por la peste. Pedro IV de Aragón señaló que murió un tercio de sus súbditos y que en Valencia y Zaragoza morían 300 personas cada día.

Según el británico Peter Frankopan, el año más trágico de todos los tiempos fue 1348 por la peste negra. Y explica que, en Europa mató en 18 meses a un tercio de la población, estimada en unos 78 millones de habitantes a principios del siglo XIV y en unos 50 millones después de 50 años. Los avances médicos fueron desbordados por su virulenta capacidad destructiva, por lo que es lógico que el pánico se apoderase de la población y que la solución más segura fuese la que señaló Boccaccio, y que también se produjo con el covic-19, la huida al campo.

El retroceso demográfico provocado por la peste es una de las razones que los historiadores han esgrimido para afirmar la crisis de la Baja Edad Media. La sociedad sufrió una parálisis social (la gente huía despavorida de cualquier contacto con sus semejantes), militar (la falta de efectivos inutilizó los conflictos bélicos) y religioso, La sociedad del XIV y XV conoció una fuerte relajación de costumbres por la toma de conciencia de lo efímero de la existencia humana, se pasó a despreciar los sacrificios en pro de la vida eterna para disfrutar de la que vivían.

El siglo XVI tuvo la presencia casi permanente de la peste en las riberas del Mediterráneo, y según el cronista Andrés Bernáldez, en 1501 hay peste en Barcelona, en 1507 en Cádiz, y se propaga hasta Sevilla. En 1515 vuelve a Barcelona. En 1518 una calentura de garganta afectó a los caballos en Navarra, y hubo peste en Valladolid. En 1519 y como consecuencia de un terremoto en Játiva hubo peste en el litoral levantino y paso a Zaragoza y Barcelona. El médico Francisco Franco asegura que en 1523 la peste atacó Mallorca, y Valencia. Durante 1524, en Játiva hubo peste de landres, y Sevilla tuvo otra irrupción pestilente grave con 800 muertes al día. En 1527 se repite la peste en Játiva, desde donde pasó a Aragón. El garrotillo (difteria) llegó a España en 1530 procedente de Italia y Astracán, que atacaba la garganta de sus víctimas como el garrote del verdugo. Entre 1527-30 hubo peste general y en los años 1539-40 fue Castilla la región asolada, coincidiendo con años de malas cosechas. En 1533 la peste asola Aragón y en 1542 se produjo una plaga de langostas bermejas y pestilentes de Turquía. En 1551 un trigo corrompido trajo la epidemia a Valencia y cuatro años después viruela y sarampión. En 1557 otro contagio, atribuido a los moriscos, surgió en Granada y al año siguiente en Murcia y en toda la costa catalana, extendiéndose luego por Aragón y Castilla, a la que se añadió el tifus exantemático, conocido por entonces como tabardillo (tifus). En 1560 la peste llega a Burgos y pasa a Barcelona y en 1564 a Zaragoza por la compra de ropa francesa. En 1580 acontecieron catarros mortales en Madrid y Barcelona, y viruela en Sevilla. La peste se instaló de forma casi endémica en el sur peninsular, y se desplazó a Extremadura y León. Entre 1583 y 1638 hay seis oleadas de peste en España. La peste fue estudiada por Luis Mercado (Valladolid), y Juan de Villarreal quien describió la enfermedad por contacto, aunque esta no se propagaba por hálito ni se diseminaba por el aire. Toledo hizo frente a la viruela y llega a Madrid en 1587 y Burgos, donde hizo estragos durante tres años consecutivos. Por ello, Felipe II encargó a su médico de cabecera, Luis de Mercado, que escribiera un tratado sobre la peste. Al estar escrito en latín, Felipe III, al ocupar el trono, ordenó traducirlo al castellano para que todo el mundo lo entendiera. En 1589 la peste llega a Barcelona, y a Sevilla desde 1594-97 y en 1596 se propagó desde Vizcaya a Castilla, terminando el siglo con el contagio flamenco de 1599 que trajo la peste bubónica desde Santander, ciudad que sufriría una epidemia conocida como la peste atlántica. De 1598 a 1603 la peste afectó a casi toda la península y causó medio millón de muertos. En mayo de 1599, el cronista Luis Cabrera de Córdoba informa que la epidemia no había llegado a la Corte, pero si a Triana, Ponferrada, Galicia, Burgos y Estella. Dos meses después habían muerto en Sevilla cinco mil personas.

Luis Sánchez Granjel se refirió a las tres epidemias de peste bubónica de España citando la primera que se inició en 1599 y duró hasta 1603. La segunda fue la mortífera peste de 1649, y la tercera, la que comenzó en 1676 en el puerto de Cartagena tras el desembarco de ropas procedentes de Inglaterra, de donde paso a Murcia y Totana.

En 1601, Felipe III, el Piadoso, traslada la corte a Valladolid, y provoca el descontento de los cortesanos, quienes no pararon de conspirar hasta que volvió a Madrid en 1606. En junio de 1601, la peste en Sevilla causa 8000 muertes en dos meses. A Valladolid la peste no había llegado, así que el cardenal Guevara decidió permanecer en la Corte y no tomó posesión de la sede de Sevilla, aunque destinó 2.000 ducados cada mes para el hospital sevillano donde curaban a los apestados. En Valladolid se mandaron poner guardas en las puertas de la ciudad para que no entraran en ella viajeros de Sevilla ni Badajoz.

La peste de 1646-52 se propagó por España desde varios puertos andaluces. En 1647 se declaró la peste en Alcalá de Henares y en junio en Valencia (16.000 muertos), de donde pasó a Castellón y al Maestrazgo aragonés, luego a Murcia y Cartagena. En 1649 asoló Sevilla dejando su población en la mitad, luego pasó a Córdoba, Málaga, Cádiz, Calatayud, Monreal del Campo y La Almunia. Para combatir la epidemia de Valencia, se ordenó que en las puertas de acceso a Madrid se mojaran en vinagre las cartas y documentos que provinieran de allí y además que la correspondencia procedente de Alicante y Orihuela fuese a la Corte directamente sin pasar por Valencia. Se prohibió que ninguna persona de cualquier calidad y condición que hubiera estado un mes en las ciudades de Sevilla, Málaga, Cádiz, Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda, La Algaba o Valencia, penetrara en Madrid bajo ningún pretexto ni trajera de los referidos lugares ropa ni ninguna otra cosa de cualquier género que fuera. Además, se ordenó que ninguna persona admitiera en su casa, posada o mesón a nadie que viniese de dichos lugares. El castigo para los infractores del bando era pena de muerte y confiscación de todos sus bienes. En el 1649 los arrieros que transportaban 2.800 quintales de azogue desde Almadén tuvieron que descargarlo en Alcalá del Río al no poder acceder a Sevilla por la peste. En 1666 se produjo otra plaga en Sevilla, aunque la tercera peste más relevante del siglo tuvo lugar en 1676, en el puerto de Cartagena, tras el desembarco de ropas procedentes de Inglaterra. De allí pasó a Murcia y Totana. Le siguió otra en 1678 en Málaga (traída desde Orán), que pasó a Granada, Antequera, Ronda, Motril, Orihuela y El Puerto de Santa María.

Durante la Edad Media la vida estaba amenazada, con una duración media baja, una mortalidad alta, y a pesar de los muchos nacimientos el aumento de la población era escaso. La poca higiene personal y su falta en las ciudades propiciaban la difusión de enfermedades contagiosas como la lepra, traída de oriente por los cruzados. Al leproso se le imponía un atuendo distintivo en un acto ritual en la iglesia, también llevaban unas pequeñas tablas en la mano que golpeaban para avisar a la gente de su paso. La iglesia católica se desvivió en su auxilio y la sociedad los socorrió con muchas obras de caridad. El sacerdote Jozef de Veuster (1840-89, conocido como padre Damián, misionero de la Congregación de los Sagrados Corazones, para la Iglesia es el apóstol de los leprosos. Murió contagiado de lepra, y desde el 11/10/2009 es san Damián de Molokai (isla de Hawái).

Durante el caos producto de la peste se produjo un notable aumento del pillaje, bandolerismo, revueltas sociales, y robos de muebles, dinero, joyas y efectos personales de las viviendas donde habían muerto sus moradores, y en los conventos. Las juderías y peregrinos sufrieron toda clase de desmanes por ser considerados los causantes de todos los males. Los crímenes y fechorías fueron comunes en las pequeñas poblaciones, y sus gentes huían a lugares más seguros. Los reyes de España durante la epidemia fueron: Reino castellanoleonés (Alfonso XI, el Justiciero y su hijo Pedro I, el Cruel). Corona de Aragón (Pedro IV, el Ceremonioso). Reino de Navarra (Carlos II, el Malo). Reino nazarí de Granada (Yusuf I y Muhammad V). Para que aumentara la población estos acudieron al papa Clemente VI para que dispensase a quienes quisieran contraer matrimonio dentro del tercer grado de consanguinidad (tíos, sobrinos). Al haber quedado vivos pocos matrimonios, Pedro IV autorizó a las viudas a casarse antes del año de llevar luto.

A finales del XIX aparece en España el cólera, y en sus cuatro pandemias entre 1831-85, mueren 800.000 personas (en una población de 15 millones).

La mal llamada “gripe española” (virus influenza A del subtipo H1N1) irrumpió en enero de 1918 hasta diciembre de 1920. El origen tuvo lugar en el Estado de Kansas, y se transmitió a través de los soldados norteamericanos que vinieron a combatir a Europa durante la I Guerra Mundial. Sus efectos fueron devastadores. En España resultaron afectados cerca de 8 millones de personas, con más de 200.000 muertes.

En el 2019 todos los que hoy podemos leer esta entrada del blog conocimos el desastre producido por el COVID-19.

ANALOGÍA

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