De haberse mantenido la escritura
en sus orígenes, un complicado y nutrido conjunto de pictogramas figurativos o
ideogramas, el acceso universal a la alfabetización se hubiera visto seriamente
perjudicado. La facilidad de manejo era algo esencial para extender la utilización
del idioma, y la única manera era contar con uno sencillo, con pocos símbolos, pero
de cuya combinación se pudiera seguir la expresión de cualquier concepto.
Según Aristóteles, la escritura no
es más que un conjunto de símbolos de otros símbolos, por lo que lo escrito no
representa conceptos sino la voz. Una vez establecido el criterio
del habla como base de la escritura, fueron las lenguas semíticas las primeras
en crear los alfabetos, tal como hoy los conocemos, imponiéndose al silabario,
ya que obliga a manejar de entre veinte o treinta signos, frente a los casi ochenta
del silabario. El alfabeto que triunfo, se fraguo en Biblos compuesto por sólo veintidós
signos distintos, correspondientes cada uno a un sonido distintos, este se adoptó
por los griegos y luego los etruscos de Italia copiaron el modelo griego con veintitrés
letras.
El alfabeto, según el DRAE, es el "conjunto de los símbolos empleados en determinados sistemas de comunicación".
Es un
sistema de escritura que distingue a una lengua con signos bien diferenciados.
Es la
serie ordenada de letras, de un idioma, en orden convencional.
El término deriva del latín “alphabetum”,
y este de las primeras letras griegas (alfa y beta), y su sinónimo abecedario deriva
de las primeras letras del mismo (a, b, c y d).
Su evolución desde el nacimiento
de la escritura hasta hoy, pretende conseguir una mayor adecuación entre la
comunicación humana y los diferentes sistemas de escritura surgidos y elegidos
para representarla. Los métodos iniciales de la comunicación escrita fueron los
pictogramas, ideogramas, logogramas, signos silábicos y alfabetos. Como la
escritura es posterior y secundaria al lenguaje, se concibe que un mismo
sistema de escritura sea utilizado por diferentes lenguas. Su origen, quizás fuera
la necesidad de contabilizar y representar operaciones numéricas, con
precedentes en las “cuentas simples” y las “cuentas complejas”.
La escritura cuneiforme sumeria
del 3200 a.C., se considera la primera manifestación de auténtica escritura. En
las tablillas de arcilla impresa (Uruk), se observa una evolución utilitaria, y
se aprecia cómo las lenguas del grupo acadio (acadio antiguo, asirio,
babilonio, eblaíta, elamita o hitita) combinan la escritura cuneiforme con
pictogramas propios de tipo jeroglífico, que tal vez fueran logogramas y
fonogramas mezclados. Hacia el 3100 a.C. los escritos del valle del Indo, cuentan
con veintidós jeroglíficos egipcios que representan las consonantes, y otros símbolos
para las vocales. En Creta, se desarrolla la escritura jeroglífica, de cuyos
pictogramas deriva la escritura Lineal A, y Lineal B. Pero estos sistemas de
signos tan complejos son patrimonio de muy pocos, por lo que los escribas acaban
por reproducir, con un pictograma el sonido de una palabra, luego con procesos
de abstracción y simplificación pasan a representar sílabas con el
procedimiento Rebus, surgiendo la necesidad de recurrir a sistemas más
sencillos y reducidos que representen los diferentes sonidos, lo que lleva a la
creación de alfabetos, con menos de treinta signos. Los primeros alfabetos atienden
solo a los sonidos consonánticos, aunque se dan intentos por hacer notar las vocales
que pueden acompañarlos, como ocurre en arameo o hebreo, hasta llegar al
griego, tal y como hoy se entiende.
Los cananeos crearon el alfabeto
protosinaítico o protocananeo, y se mantuvo hasta la invasión fenicia. En la
zona de la actual Ras Shamra, se hallaron tablillas de arcilla inscritas, de finales
de la Edad del Bronce. Ugarit era, entonces, un importante enclave comercial
donde se hablaban y utilizaban varios idiomas y sistemas de escritura, con
predominio del cuneiforme acadio. Con la destrucción de Ugarit en el 1200 a.C.,
desaparecen los alfabetos cuneiformes y se reemplazan por el fenicio. Las actividades comerciales de los fenicios hicieron
que su alfabeto se propagara rápidamente, además de que era de fácil
aprendizaje, cómodo, económico, horizontal y de derecha a izquierda. Se basó en
un sistema consonántico, llamado abyad, con veintidós letras, y signos que en
cierta posición indicaban una vocal. Logró
adaptarse al alfabeto arameo, y
al griego (base del latino,
cirílico y el copto de Egipto), por lo que el fenicio es el ancestro de
los modernos. La relación
directa del protocananeo y el fenicio se conoce gracias al hallazgo de inscripciones
procedentes de El-Khadr, y de la ciudad de Biblos, siendo la más antigua la del
sarcófago de Ahiram, del 1100 a.C., con escritura multidireccional.
Hay inscripciones procedentes de
Babilonia y de los alrededores de Eilath, escritas en proto-arábigo,
considerado una evolución del protocananeo y precursor del alfabeto sud-arábigo
(500 a.C.) con veintinueve letras. En Arabia se dieron escrituras que servían
para transcribir lenguas como el talmúdico, safaítico y lihyático. El alfabeto
árabe o alifato, deriva del arameo y el nabateo, y es uno de los más extendidos
por el avance del islam, pero su papel en la historia de Oriente y del
Mediterráneo no cobra importancia hasta después de Cristo. El árabe, que se
escribe de derecha a izquierda, tuvo dos variantes, una monumental y otra cursiva,
usada ésta en papiros y pergaminos, siendo la más significativa la variante
cúfica.
Las escrituras semíticas, como el
hebreo, el arameo y sus derivadas, al igual que el fenicio, no anotaban las
vocales, si bien empezaron a usar signos con puntos escritos encima o debajo de
las letras, llamados “Mater lectionis”, para saber la pronunciación en cada
caso. El alfabeto semítico apareció
sobre el 1800 a.C., influido por el sistema de escritura egipcio. Estos
integraron un total de treinta símbolos. Este alfabeto en su evolución fue
pasando por el protosinaítico (s. XV a.C.); ugarítico (s. XIV a.C.); fenicio
(s. VIII a.C.); arameo (s. VIII a.C.); hebreo bíblico y antiguo (s. VII a.C.);
sudarábigo (s. v a.C.); y tamudeo (s. II a.C.)
Entre las inscripciones hebreas,
procedentes de Samaria, Arad y Jerusalén, la más antigua es el “Calendario de Gézer”
del s. X a.C., que contiene un catálogo de actividades agrícolas. Esta
escritura usada en la literatura religiosa, se abandonó por la diáspora judía,
aunque no desapareció del todo, pues aún se encuentra en los rollos del Mar
Muerto, en monedas y en textos de época hasmonea (150-30 a.C.), herodiana (30
a.C.-70 d.C.) y hasta casi el 135 d.C. Sin embargo, a partir del s. VI a.C., la
comunidad rabínica y los judíos ortodoxos abandonan esta escritura y la
sustituyen por el arameo, con el que reescribieron textos sagrados, como la Misná
o la Torá. De esta escritura derivaría la escritura hebrea cuadrada, implantada
en el s. III a.C. Además, hay otras lenguas semíticas cuyos alfabetos derivan
del fenicio, como la moabita (inscripción de Mecha), y la edomita, de los s.
VII y VI a.C. Con el arameo se propagó la escritura alfabética de forma
espectacular, ya que fue el idioma oficial de los imperios babilónico tardío,
asirio y persa; incluso se utilizó en Egipto, Arabia, Cilicia, Anatolia,
Afganistán o la India. La zona siriaca se convirtió en el centro del
cristianismo dentro del mundo árabe, por ello se tradujo la Biblia (200 d.C.) a
este dialecto arameo, denominado siriaco, y se extendió desde Palestina a lo
largo de la ruta de la seda.
Las runas aparecen en el s. I-II
d.C. vinculadas a las lenguas gótica, danesa, inglesa, frigia, franca, sueca,
noruega y de otras tribus de la Germania central. El alfabeto consta de
veinticuatro letras y se escribe al modo “bustrofedon”. El ogam de origen celta, se basa
en una combinación de trazos y muescas, que aparentan líneas y puntos.
Tras
la destrucción de los palacios de Cnosos (1380 a.C.) y Pilos (1200 a.C.), no
hay apenas escritos, hasta que surgen los primeros del alfabeto griego, tomado
del fenicio (vasija de Dípilon de Atenas, o la copa de Ischia). El griego asignó
a cada vocal y consonante un símbolo distinto, siendo el punto de partida para
crear nomenclaturas técnicas de matemáticas, lógica, astronomía, física y otras
ciencias, y con el paso del tiempo fijo la disposición de la escritura de
izquierda a derecha. En Egipto, los cristianos usaban el copto como lengua
oficial de la Iglesia y utilizaban un alfabeto copto procedente de uno griego
llamado sahídico, con veinticuatro caracteres, a los que unieron seis signos de
la escritura demótica egipcia para representar algunos sonidos coptos
inexistentes en griego. La otra gran difusión del alfabeto griego fue hacia los
alfabetos eslavos, como el cirílico basado en el griego bizantino, y cuya invención
se atribuye a san Cirilo (827-869) que, junto con su hermano san Metodio,
predicaron el evangelio entre los pueblos eslavos, creando el glagolítico como
el primer alfabeto eslavo.
Con
la llegada de los romanos a la Península se usó la escritura fenicia y sus
variedades, y la griega en las colonias que estos pueblos fundaron en las
costas del Sur y Levante; la ibérica con sus tres formas, ibérica, turdetana y
bástula; ulfilana (letra del s. IV, con la que el obispo visigodo arriano
Ulfila, tradujo la Biblia); visigoda (usada en sus actas y contratos, en el
romano usado en la Península tras la caída del Imperio de Occidente);
cartaginesa (parecida al fenicio). Tras la conquista romana se generalizó el
uso de su escritura, en sus variedades (mayúscula capital, uncial, minúscula,
cursiva, albalaes, redonda, cortesana, itálica, y procesal).
El alfabeto romano procede de la
variante usada por los griegos calcídicos asentados, en el s. VII a.C., en la
Magna Grecia (Alfabeto de Cumas), y del etrusco. El primer alfabeto latino
arcaico (s. III a.C.) contaba con veintiuna letras, y se fue difundiendo por el
mundo a medida que Roma se convertía en potencia mundial. Hasta el s. IV se
empleaban de forma generalizada las letras mayúsculas, sin espacios ni signos
de puntuación, pero al escribir cartas y otros documentos, y para facilitar su
escritura sobre el papel, fue tomando un aspecto más cursivo, luego Carlomagno
aprobó la minúscula. Tras la conquista de Grecia durante el siglo II
a.C., la Z volvió a introducirse y se añadió la Y. La adición de G se atribuye a E. C. M. Ruga, liberto que creó la
primera escuela de gramática en Roma (250 a.C.). El alfabeto sufrió nuevas
adiciones debidas a la iniciativa del emperador Claudio (50 d.C.), si bien no
prosperaron, y el alfabeto latino
clásico quedó compuesto por veintitrés letras. En el s. XIII, se introdujo la W
como la secuencia de dos uves; y para el siglo XVI, se distinguieron los
fonemas /j/, /i/, /u/, /v/, dando lugar a la creación de la letra J y la vocal
U (en el s. XVIII), quedando el alfabeto latino con veintiséis letras, más
modificaciones y letras adicionales según el idioma de que se trate (el español
incluye la ñ).
Las
Glosas Emilianenses (s. X) del monasterio de San Millán de la Cogolla, son el
primer texto conocido en lengua castellana. A finales del XI y con la llegada
de los monjes de Cluny se introdujo en los reinos de Asturias, León y Castilla,
Aragón y Navarra el alfabeto romano, alternando primero su empleo con la
escritura visigoda y en el XII de forma exclusiva. En la Alta Edad Media, el
latín evoluciona formando las lenguas romances (español, italiano, francés,
portugués, rumano…). Por entonces,
también se extendió el uso de la minúscula, relegando el uso de las mayúsculas
a casos particulares. La dominación de Roma hizo del alfabeto latino la
forma universal de escritura en todas las lenguas occidentales romances,
anglosajonas e, incluso otras como el turco, que ha sustituido el alfabeto
árabe por el latino o, el japones que, aunque mantienen su sistema tradicional,
desde la década de 1980 han incorporado la grafía occidental, denominada por
ello romaji. Del mismo modo los chinos intentaron una latinización de los
caracteres creando una grafía fonética, el pinyin.
Desde 1803, con la publicación de la 4ª edición del Diccionario Académico, el
alfabeto español contiene 29 grafemas (27 letras y 2 dígrafos), cada una de las
cuales puede adoptar la figura y tamaño de mayúscula o minúscula. Los dígrafos
ch y ll, se consideraron letras (4ª y 14ª, respectivamente, del abecedario, pues
cada uno de ellos representa un solo fonema). En el 10º Congreso de la
Asociación de Academias de la Lengua Española (1994), se acordó reordenar esos dígrafos en el lugar que el alfabeto latino
universal les asigna. Así pues, las palabras que comienzan por Ch se
registrarán en la letra C y las que comienzan por Ll, en la letra L, de manera
que el alfabeto español consta de 27 letras para representar 24 fonemas. En el
Siglo de Oro, el alfabeto estaba casi completo, y en el 1969 se completa con la
incorporación de la letra Ñ y la W. Al principio no existían las letras
minúsculas, pero, la necesidad de
escribir sin tener que levantar la mano, hizo que surgieran las letras
minúsculas de forma redondeada, y la cursiva para escritos más cuidados. Las leyes sobre su uso, y la tecnología del s. XX hizo
posible la accesibilidad a normas y lenguas en función de sus características.
Hoy el español
es idioma oficial en países de los cinco continentes; es la tercera lengua más
hablada en todo el mundo; es uno de los idiomas más sencillos de aprender, por
su sencilla pronunciación. Sus letras más utilizadas son la a, e, q, s, l, y la
más peculiar y representativa la ñ y su virgulilla (aparece con los copistas
medievales al poner una raya encima de una ene doble y ahorrar espacio).
El alfabeto español está formado por
veintisiete letras (a-b-c-d-e-f-g-h-i-j-k-l-m-n-ñ-o-p-q-r-s-t-u-v-w-x-y-z), al
tener solo en cuenta a los signos simples, constituidos por una letra. No
forman parte del abecedario los cinco dígrafos (ch, gu, ll, qu y rr), o secuencias
de dos letras que representan un único sonido. Las veintisiete letras (veintidós consonantes, y cinco vocales) quedaron
oficialmente establecidas al publicarse la nueva Ortografía de la Lengua
Española (2010). La RAE recomienda emplear un solo nombre para cada letra, sin
considerar erróneas otras denominaciones, y establece para, la b “b”, i “i”, y
“ye”, v “uve”, w “uve doble”.