La palabra druida proviene del latín
“druĭda, druides, druidae”, voz de origen galo dryw (druida, hechicero), e irlandés
druad (vidente) como “dueño de la ciencia”, conferido del protocelta “dru-vid-es”
(dru = árbol; wid = saber) entre los galos, pueblo perteneciente al tronco celta
a partir del año 1000 a.C. El historiador romano Plinio el Viejo relacionó la voz
druida con el nombre griego drãj “encina, roble”, por la importancia que en los
cultos religiosos druídicos tenían estos árboles.
Los celtas fueron pueblos de origen indoeuropeo que habitaron regiones, durante la Edad de
Bronce, que hoy forman parte de Irlanda, Escocia, Inglaterra, Portugal, Suiza,
España, e Italia. Vivieron agrupados en tribus, que desarrollaron un conjunto
de lenguas
y que más tarde los británicos simplificaron, como la gaélica,
aún vigente en pueblos de Gales, Irlanda o Escocia. Los escritores griegos y
romanos describían a los celtas como arrogantes y alborotadores, sobre todo durante los
jolgorios para festejar las victorias, junto con manifestaciones
folclóricas, con instrumentos como el carnyx, la gaita, la
bombarda, la flauta
y el bodhrán.
El origen de la casta druídica
tiene sus raíces en la época en que los primitivos cazadores-recolectores
vieron al roble como su gran símbolo (antes del 4000 a.C. los robledales
cubrían Europa). Estos recogían bellotas, y hasta el siglo XII fue básica en la
alimentación. En el primer milenio a.C., cuando comenzó la expansión celta,
toda persona culta en la tribu era considerada “sabio del roble”.
Los celtas usan el término
Keltiké, para nombrar a Hispania, con significado más étnico, que geográfico.
Aparecen en la Edad del hierro con una serie de invasiones de pueblos
indoeuropeos (tartesios, iberos, celtas, celtiberos y cartagineses). Los celtas
originarios de los Alpes, viven al final de la edad del bronce. Son tribus
pastoriles y guerreras, que entran por los Pirineos en
dos grandes migraciones, una en el 800 a.C. procedentes del Ródano, y se
establecen en Cataluña y norte de Castellón, y otra en el 600 a.C., que se
establecen en las llanuras de Navarra hasta el valle del Segre, y después por
toda Hispania, siendo la cuenca alta y media del Duero y la cordillera Ibérica
los núcleos más importantes. Su expresión artística más característica son los
poblados con recintos amurallados levantados en las cimas de los montes con
fácil defensa, y conocidos como citanias o castros, poblados formados con casas
circulares construidas con madera, ramas y mimbres enlazadas, con techo cónico
de paja (Las Cogotas, Castro de Santa Tecla, Baroña y Coaña). Algo más tardías son las ciudades de los
arévacos, algunas con gran desarrollo urbanístico como Numancia, y otras más
primitivas, excavadas sobre la roca como en Tiermes. Su cultura llamada de La
Tène, caracterizada por el uso del hierro y ritos funerarios de inhumación en
fosas rodeadas de piedras, formando túmulos, y la cremación de los cadáveres
cuyas cenizas se depositan en urnas originan la cultura de Los Campos de Urnas,
con restos en Cataluña, Castellón y Cortes (Navarra). No conocen la escritura
ni acuñan moneda, usan la cultura del Hallstatt, y basan su economía en la
agricultura, ganadería (pastoreo y domesticación del caballo), metalurgia, y el
comercio mediante el trueque con fenicios, cartagineses y otros pueblos celtas.
Fueron muy habilidosos con el metal (arados, hoces, espadas y objetos de adorno
como broches, torques, fíbulas), lo que les dio una superioridad
armamentística. Su organización era tribal, unidos por necesidades de defensa.
La sociedad celta, según J. César,
Estrabón, y Diodoro Sículo, entre otros muchos, estaba configurada por:
- Los
druidas en la cima de la jerarquía como los miembros superiores del estamento sacerdotal,
que estudian la filosofía moral. Estrabón
los considera los máximos exponentes de la magia, y guardianes de los
secretos y escritura
ogámica (alfabeto con
20 signos). Como
inventores del calendario, eran quienes decidían las fechas de las fiestas
religiosas; como teólogos, sólo ellos conocían la naturaleza de los dioses, sus
deseos y modo de honrarlos. Cuando moría, la sucesión regresaba al druida más
digno.
- Los
bardos, para Diodoro Sículo en su “Bibliotheca historicae”, son poetas, narradores,
artistas que poseen una creatividad y habilidad espiritual innata.
Actúan como censores de la sociedad, dedican elogios a algunos
personajes y les ayudan a ocupar cargos políticos, mientras que a otros les
dirigían crueles sátiras que acababan con sus carreras. Eran responsables
de la transmisión oral de las tradiciones. Con sus cantos transmitían de forma
sencilla y fácil de aprender, los logros en las batallas. Los
druidas los consideraban sus rivales y se
enfrentaron a ellos con éxito, relegándoles a bufones a sueldo de los aristócratas.
- Los
vates o filidh crean poesías, se ocupan del culto, la adivinación y la medicina,
pues son especialistas en el mundo natural, y en ocasiones realizan sacrificios
con animales y a veces con humanos, para practicar la adivinación. Constituían
una tercera orden religiosa. El fili o poeta-historiador además de componer
panegíricos e invectivas, transmitían oralmente el folclore de la comunidad y
participaban de alguna manera en los códigos de leyes y profecías.
- Los
magos o adivinos, de aquí que se les considere además de sacerdotes, chamanes, hechiceros, y brujos.
Su religión era panteísta y
misteriosa, creían en la reencarnación o transmigración de las almas y en la
existencia de otra vida tras la muerte. Entre los conocimientos transmitidos (a
los jóvenes que eran formados para ser druidas, y que tenían que aprender de
memoria) estaban los relativos al culto, la magia, el uso de hierbas, plantas y
aguas medicinales, y la determinación de días fastos y nefastos, por lo que
algunos historiadores los relacionaron con los pitagóricos griegos. Alejandro
Polímata y Diodoro Sículo consideran pitagórica
su doctrina (las almas son inmortales y después de un número de años comienzan
una vida nueva en un cuerpo nuevo). Es por ello que los enterramientos celtas
se hacían acompañando al cadáver con toda clase de objetos cotidianos. Posidonio
de Apamea
dice que reflexionan acerca de los astros y su movimiento, del tamaño del mundo
y la Tierra, y del poder de los dioses. Profesan una
forma de panteísmo al identificar universo, naturaleza y deidad.
Sólo importa la pureza del alma.
Aunque se tiene evidencia
arqueológica de las prácticas religiosas en la Edad del Hierro, no hay
registros escritos por los propios druidas si no descripciones de griegos y
romanos, así como historias del medievo, de escritores irlandeses. Los
hallazgos de tocados sin función militar son piezas de bronce en forma de
hojas, conos o discos, y a veces con aditamentos de cuerno o asta.
La referencia más antigua de la
que se tiene conocimiento data del 200 a. C., y de Julio
César en “La guerra de las Galias”,
donde señala que los druidas se encargaban de presidir todos los sacrificios,
las actividades religiosas, las grandes fiestas anuales, los ámbitos político y
judicial (imponen sentencias y castigos). Son los administradores de los
rituales de sacrificios humanos, para los cuales, en general, utilizaban a
guerreros enemigos capturados. Las víctimas, tanto animales (buey, cerdo,
cordero) como humanas, eran observadas cuidadosamente mientras morían porque
interpretaban sus estertores, los chorros de sangre o incluso la forma en que
caían al suelo para arrojar luz sobre el futuro. Una de estas posibles víctimas
(Hombre de Lindow), descubierta en una ciénaga cerca de Cheshire (Inglaterra),
murió de la forma habitual en los rituales. Pese a que no tenían libros sagrados
y transmitían su doctrina y sabiduría de forma oral, nos ha llegado, el texto en
doce líneas de una oración en una plancha de plomo descubierta en 1971 en una fuente
de Chamalières, cerca de Clermont-Ferrand. En 1983, se encontró en Veyssière (Aveyron),
el llamado Plomo de Larzak, con un mensaje inscrito para el otro mundo. El Calendario
de Coligny, encontrado a finales del XIX, grabado en una plancha de bronce, organizaba
los diferentes rituales que se sucedían. Este tenía una mayor
elaboración que el juliano y con una sincronización lunar de
cinco años, lo que da fe de los profundos conocimientos astronómicos,
geográficos y de la naturaleza de los druidas.
Pomponio Mela cita a una comunidad
de sacerdotisas en Sena, con cultos druídicos femeninos, como los ritos realizados
por las monjas del monasterio irlandés de Kildare, que mantenían un fuego perpetuo
en honor de Santa Brígida, patrona de Irlanda.
Se sabe, que el druida Mog Ruith
fue llamado por los galos de Munster; de las actividades guerreras del druida
Cathbad, y de Diviciaco (miembro de la tribu de los heduos) que mandó un cuerpo
de caballería; del caudillo Vercingétorix que apadrinó la unión de todas las
tribus celtas, hasta que Julio César la destruyó, aunque la cultura y religión
druídica mantuvieron su vitalidad hasta ser marginada, perseguida y asimilada
por el cristianismo, a partir del siglo III d.C., que hizo todo lo posible por
erradicar cualquier culto religioso pagano, pero se dejó influir por muchas
creencias mágicas precristianas. Cuando el poder romano se extiende por Europa,
prohíbe a los druidas el aprendizaje y enseñanza de sus conocimientos por lo
que la institución se fue terminando poco a poco.
El
trisquel,
triskel, trikele o trinacria, es el símbolo supremo druida formado
por tres brazos en espiral unidos en un punto central, configurando la forma de
una hélice. Su primera espiral representa las sensaciones, los sentidos, los límites,
la evolución, crecimiento, capacidades y equilibrio del cuerpo, mente y
espíritu. La segunda representa la conciencia y la razón, el camino de las ideas,
el pensamiento, el presente, el pasado y el futuro. La tercera espiral, llamada
triskillan, representa el aprendizaje perpetuo del mundo del espíritu y de los
dioses, la eterna evolución del camino del alma, y el principio y el fin. Algunos
aparecen en acuñaciones monetarias (en la ciudad prerromana de Ilíberis, Granada),
y otros grabados en piedra (petroglifos), en Galicia, Cantabria, Asturias y el País
Vasco. El tres es su número sagrado.
Julio César, señalaba que los druidas
eran responsables de organizar la vida política (asesoran al jefe en asuntos
religiosos, judiciales, penales, y conflictos fronterizos), el culto, los sacrificios,
la adivinación u oráculo, y son depositarios de los conocimientos de la
comunidad. Supervisaban los juramentos de los guerreros para demostrar su
lealtad. Por todo ello gozaban de privilegios (no pagan impuestos, ni cumplen
con ninguna obligación militar). Diodoro Sículo y
Estrabón, afirmaron que los druidas eran temidos
por su conocimiento de ciertas plantas y ungüentos especiales, con tal grado de
respeto que podían detener una batalla si se paraban entre dos ejércitos. Fue Pomponio
Mela el primer autor que manifestó que la instrucción de los druidas era
secreta.
Un druida imponía tabúes (geissi),
y que, si no se obedecían, se creía que pronto llegaría la desgracia o muerte
para el infractor y sus parientes, además preparaban pociones para reforzar sus
geissi. Los druidas recolectaban plantas como el muérdago (planta parásita),
pues era símbolo de la vida y la fertilidad, porque es una planta perenne y
mantiene sus hojas incluso cuando su árbol anfitrión ha perdido todo su
follaje. Se recoge, la noche, del sexto día de la luna que marca el comienzo de
meses, años y siglos. Tras los preparativos necesarios para el sacrificio y el banquete
bajo los árboles sagrados, traen dos toros blancos con sus cuernos vendados. Con
su túnica blanca, un druida sube al árbol para cortar el muérdago con su hoz de
oro. Después matan a los animales de sacrificio y rezan para que el dios les recompense
la ofrenda. Escritores grecorromanos como Tácito, Plinio el Viejo,
Marco Anneo Lucano, Julio César, Suetonio, Diodoro Sículo,
y Cicerón dicen que los druidas practican sacrificios humanos,
por lo que los consideran bárbaros, y para que fuera aceptado por los dioses, tenía
que ser realizado por un druida, al ser estos intermediarios entre las personas
y los dioses. Observando el viento y los cantos de
las aves con el sacrificio de animales sagrados, y en ocasiones de humanos,
leen el futuro a través de su agonía, al hundir una daga en su pecho, o golpear
con una espada la espalda, observan la dirección en que desfallece, en que se convulsionan
sus extremidades y en que brota su sangre. Se han encontrado sepulturas masivas
fechadas, en la edad del hierro, en Gournay-sur-Arode y Ribermont-sur-Ancre.
Los registros más antiguos sobre los
druidas provienen del griego Soción de Alejandría, que menciona la existencia de
druidas de los keltois (celtas). Tácito,
senador romano, describió cómo cuando el ejército romano, dirigido por Cayo
Suetonio Paulino, atacó, en el año 60 d.C. la isla de Mona, Anglesey,
sitio en el que se fundó un centro de culto druídico, y que fue destruido en el
siglo I d.C. por los romanos y las arboledas sagradas de Mona taladas.
a partir
del siglo V a.C., los druidas alcanzaron una posición preeminente según Dion
Crisóstomo “Los druidas dominan el arte adivinatorio y todas las ciencias. Los
reyes no pueden tomar decisiones sin su consentimiento”. Dion Casio
dice que el rey
Ambigato de los biturigos llevaba a cabo adivinaciones y estaba capacitado
para realizar sacrificios. Por su parte, Deyótaro de
Galacia dice que era el caudillo y líder religioso más poderoso de entre los gálatas.
Plinio afirmaba que eran quienes poseían los conocimientos médicos y mágicos
debido a que eran los sanadores, del mismo modo, que estaban capacitados
para el uso de hierbas y la cirugía.
Los celtas, al igual que otras culturas de la época, contaban
con dioses como:
- Teutates dios de la guerra y protector del pueblo. La
víctima consagrada a él era quemada viva dentro de un gran muñeco (hombre
de mimbre).
- Esus dios de la tierra y la naturaleza, se lo veneraba
ahorcando a la víctima en los árboles del bosque.
- Taranis dios de las tormentas. El sacrificio consagrado a él
consistía en ahogar a la víctima en un caldero.
- Belenus
el dios del sol, del fuego y de la luz.
Sus ceremonias se realizaban en los bosques, y servían
para aplacar la ira de los dioses, infundir el pánico, y manifestar el poder
que tenía sobre su pueblo. Cuando los romanos supieron del ritual de las tres muertes, vieron que estaban ante seres temibles,
y temían a la magia de los druidas.
Durante
la Edad de Hierro los druidas están en el nivel más
alto de la sociedad celta. La construcción de megalitos se desarrolló entonces,
y este período vio el surgimiento de grandes montículos como Newgrange y
círculos de piedra como el santuario de Stonehenge, o los alineamientos de
Carnac. John Aubrey fue el primer escritor que
vinculó Stonehenge con los druidas. El arqueólogo
Stuart Piggott, autor de “Los druidas”, les consideró bárbaros y salvajes, y fue
solo en el momento álgido de su expansión cuando griegos y romanos empiezan a
hablar de ellos como clase intelectual de la sociedad celta.
Durante el s. III a. C., el
Imperio Celta se desintegró en multitud de reinos. El 247 Amílcar Barca, hace
incursiones en la costa italiana, mientras la flota romana de L. Cátulo, gana
la batalla en el puerto de Lilibeo (242) y de Trapani (241), obligando a
Cartago a firmar la paz con Roma. En el 228 Orisón con un grupo de iberos,
engaña a los púnicos fingiendo una alianza en Hélice, y mata a Amílcar, en la
batalla de Helike. Le sucedió su yerno Asdrúbal (asesinado por un celta, le
sucede su cuñado Aníbal Barca) quien fundó, el 226, Cartago Nova sobre la
antigua Mastia, y la tomó como capital. Esto hace que Roma envíe una embajada a
dialogar con los Barca obligándoles a fijar un límite a su expansión en el Ebro
(los territorios al norte del río para Roma, los del sur para Cartago). Las tribus
galas invaden Italia, pero Roma vence en Telamón, e incorpora su territorio a la
Galia Cisalpina. El 387 a.C. los romanos son derrotados por los celtas (tribu
de los senones) en la batalla de Alia, y saquean Roma, luego en el 225 de
producen sublevaciones celtas en la Galia Cisalpina.
Durante la Guerra
de las Galias, entre el 58 y el 51 a. C., el ejército romano, dirigido por
Julio César, conquistó la mayoría de tribus, e introdujo medidas para librar de
druidas a la región. Según Plinio el Viejo, fue Tiberio quien prohibió no sólo
a los druidas, sino también a otros adivinos y curanderos, acción aplaudida por
Plinio creyendo que ello acabaría con los sacrificios humanos. Suetonio en el
siglo II, señala que Augusto (primer emperador del 27 a. C. al
14 d. C.), decretó que nadie que fuera druida podría ostentar la ciudadanía
romana, y esto fue seguido por otra ley de Claudio
(emperador del 41 al 54 d. C.), que suprimió a los druidas, y sus prácticas
religiosas. César menciona la zona de Carnutes, donde se celebraba una asamblea
anual de todos ellos, en el bosque sagrado de la tribu de los carnutos, lugar
que algunos expertos han identificado con la ciudad francesa de Neuvyen-Sullias
y otros con el emplazamiento de la catedral de Chartres.
Los druidas entraron en decadencia
por el auge del Imperio romano, y su aversión a los sacrificios humanos, por el
choque ideológico, ya que Roma tiene una cultura materialista y jerárquica y la
de los druidas era espiritual y centrada en la moral. Varios emperadores intentaron
erradicar a los druidas, especialmente Tiberio (que reinó del 14 al 37 d. C.) y
Claudio. Los druidas y su religión decayeron con la llegada del cristianismo a
Europa. Además, su misma implicación en los asuntos políticos, diplomáticos y
judiciales les hizo perder su carisma espiritual, la creciente
influencia de la cultura y presión romana acabó por derrumbar la cultura celta.
El primer territorio celta conquistado por los romanos fue el norte italiano hacia
el 200 A.C. tras varias campañas romanas, y a pesar de las victorias obtenidas aliados
a Aníbal en la Segunda Guerra Púnica, participaron activamente en varias batallas
(Canas). Cayendo luego España en poder romano, tras varias campañas romanas infructuosas,
entre el 200 al 133 a.C. fecha en que cae en poder romano Numancia. En el siglo
I los romanos incendiaron todos sus lugares de culto.
La palabra aguinaldo deriva del céltico “eguinado” (regalo de
año nuevo) y de la frase latina "hoc in anno" (este año). Los druidas
celebraban la ceremonia religiosa para anunciar la llegada del año nuevo. El 21
de diciembre (solsticio hiemal) salían hacia el bosque en procesión y gritaban “au
gui l'an neuf” (al año nuevo) mientras recogían muérdago. Al llegar al bosque se
elegía el tronco del árbol donde se grababan los nombres de los dioses y se preparaba
un altar triangular. Esta ceremonia fue degenerando, y grupos de jóvenes con “el
duende”, marchaban a coger el muérdago y con él hacían en las iglesias ceremonias
ridículas, cometiendo excesos. El rey Tacio recibió ramos del bosque que luego daba
a los hombres victoriosos. San Agustín y San Juan Crisóstomo censuraban el aguinaldo
porque ocasionaba desórdenes (disfrazarse los hombres de mujeres y éstas de hombres,
la bebida…). En muchos pueblos castellanos se conservó hasta los 90, la costumbre
de pedir y dar el aguinaldo durante Año Nuevo y Reyes con canciones como: El esquilón tiene un diente, la campana tiene dos, y al que
no nos dé nada, mala suerte le dé Dios.
Los aguinaldos se generalizan en España con la llegada de los
borbones, pero en 1793 un edicto suprime los aguinaldos y las propinas. En los países
ortodoxos, los niños reciben sus aguinaldos anunciando la llegada de San Basilio,
como en los países más occidentales los reciben de San Nicolás. En otros lo hacen
Santa Claus, Papá Noel o los Reyes Magos.
Hoy vemos a los druidas, como las caricaturas de
Astérix (de René Goscinny y Albert Uderzo) donde el druida
Panoramix brinda a cada uno de sus personajes atribuciones como adivinos,
maestros, curanderos y jueces.
El cómic Sláine, recoge la figura
del druida como un sacerdote, además de aparecer en juegos y videojuegos.