miércoles, 26 de julio de 2023

LA PENÍNSULA IBÉRICA

Desde antiguo la Península Ibérica se percibe como una entidad geográfica, y recibe distintos nombres:

  • En la lengua, semítica fenicia, que sólo refleja las consonantes al escribirse, recibe el nombre de Isephania, Ispanya, I-span-ya (2000 a.C.).
  • Los griegos usan la palabra Iberia, para referirse a toda la península, donde habitan los pueblos íberos. El nombre aparece en obras de Heródoto a mediados del V a.C., o en la Ora Marítima de Avieno del s. VI a.C.
  • Los romanos la llaman Hispania, cuyo significado vinculaban escritores latinos como Plinio, Catón o Catulo a “tierra de conejos” y más en concreto de damanes. Los romanos inicialmente dividen la península en dos provincias (Hispania Ulterior y Citerior), y a veces utilizan el término en plural Hispaniae. La palabra Hispania, procedente de Híspalis, es de raíz semita (no latina) lo que suscitó a los historiadores que su origen podía ser anterior a los romanos, y proceder del fenicio “I-span-ya”, que, según C. M. Trigueros, significaría “tierra del norte”, pues los fenicios descubrieron la costa de Hispania bordeando la costa africana, y ésta estaba al norte. Así, “spn” (“sphan” en hebreo y arameo) significa en fenicio “norte”. Expertos en filología semítica, han determinado que tiene su origen en la enorme fama de las minas peninsulares y que “I-span-ya” se traduce por tierra donde se forjan metales, ya que “spy” en fenicio significa batir metales.
  • Los celtas usan el término Keltiké, con significado más étnico, que geográfico. Los visigodos la conocen como Spania. Los musulmanes la llaman Isbaniya, y Al-Ándalus desde el punto de vista geográfico, y más aún social bajo el control del islam.
  • Desde el s. VII el término Hispania se encuentra descrito, por los cronistas, bajo una forma patrimonial (Spania o Espanna), término que utilizó por primera vez San Isidoro de Sevilla. Sigue evolucionando en la Edad Media, hasta llamarse Espanna (y para abreviar, se añade una raya encima de la n para saber que había otra antes, la ñ).
  • Los judíos (Sefarad) fuera del ámbito peninsular la conocen como Aspamia, pues se tiene la concepción de varias naciones, como los carolingios, uso que persistió hasta el s. VIII.
  • Hay teorías que dicen que es un calco fonético de la palabra hespérides, del término griego.
  • A partir del s. XI se conoce como España.

Está en el hemisferio norte, más cerca del ecuador que del polo, es un país subtropical mediterráneo, con una altitud media de 660 m., de tierras creadas por plegamientos alpinos, y una disposición peculiar con muchos paisajes, lo que hace que parezca un pequeño continente. Situada en el extremo sudoeste del continente europeo, y separada de África por el estrecho de Gibraltar. Ocupa Baleares, Canarias y la mayor parte de la Península Ibérica, con una superficie de 505.990 km2, y 47.615.034 habitantes. Limita al O. con Portugal y al N. con Francia y Andorra, y el resto de sus fronteras son marítimas, abriéndose al Océano Atlántico, al mar Cantábrico y al Mediterráneo. Dicho territorio ha sido conquistado por varias civilizaciones, pero también ha sido conquistador y creador de todo un imperio, con su primera capital en Toledo (1492), Madrid (1561), luego a Valladolid (1601) y, por último, a Madrid desde 1606.

martes, 4 de julio de 2023

LA MAGIA

 

Etimológicamente procede del latín “magia”, del griego “mageia” (contrario a la ley natural), y según Heródoto, de la tribu o casta de los medos (persa), a la que los griegos llamaron "magoi", convirtiéndose en la denominación genérica y universal de los practicantes de estas artes.

La magia es la habilidad, arte o ciencia oculta con la que se pretende, con ayuda de seres o fuerzas contrarios a las leyes de la naturaleza, obtener cosas extraordinarias. Es el conjunto de creencias y ritos basados en la convicción de que el hombre puede alterar las leyes naturales con conocimientos, facultades y técnicas especiales. Es un arte cuyo objetivo es sorprender a las personas manipulando la percepción de las cosas, con palabras o movimientos que confunden al cerebro humano, y dan la sensación de actos sobrenaturales con carácter sobrehumano.

Su concepto, límites y funciones son tan variables y complejos, que es complicado dar una definición que asuma todas sus acepciones y contenidos. Si bien, el hombre occidental establece una primera distinción entre magia y religión, en la mayoría de sociedades no hay una diferencia esencial entre ambas, y aunque se tenga claro las diferencias entre magia y ciencia, durante la Edad Media y el Renacimiento, sus límites se superponían casi por completo. Hoy los especialistas defienden que quienes creen en la magia aceptan que en el mundo físico pueden producirse relaciones de causa y efecto que se explican o producen por causas sobrehumanas o sobrenaturales, en cambio, la ciencia sólo concibe las relaciones de causa y efecto a través de intervenciones humanas y naturales, directas y empíricamente demostrables, sobre el mundo físico. Para Richard Kieckhefer, "la magia es un cruce de caminos donde la religión converge con la ciencia, las creencias populares interseccionan con las de las clases educadas, y las convenciones de la ficción se encuentran con las realidades de la vida diaria". Claude Lévi-Strauss define la religión como "la humanización de las leyes naturales", y la magia como "la naturalización de las acciones humanas".

Las connotaciones negativas de la magia influyeron en el uso que de ella hicieron los primeros cristianos, quienes la identificaron con el culto al demonio de los paganos. La magia y la adivinación eran artes muy relacionadas entre sí. San Agustín, en “La ciudad de Dios”, las atribuyó al diablo. San Isidoro de Sevilla las atribuyó a los encantamientos y el uso de amuletos curativos, y definió un elenco de especialistas según su actividad: magos (causan daño en las cosas y hombres), nigromantes (resucitan muertos y averiguan enigmas. De “nekros”, cuerpo muerto y “μαντεία”, adivinación), hidromantes (adivinan a partir del agua y la sangre), adivinos (mediante el arte y el delirio), encantadores (hechizan con palabras), aríolos (hacen sacrificios y obtienen respuestas de los demonios), arúspices (adivinan a partir de entrañas de animales, y estudian el calendario), augures (adivinan a través del vuelo y canto de las aves), pitonisas (adivinan según las artes de Apolo Pitio), astrólogos (por la posición de los astros), genetliacos o matemáticos (realizan horóscopos a partir de la fecha del nacimiento de una persona), sortílegos (adivinan a partir de echar suertes o estudiando escrituras) y salisatores (adivinan a partir del movimiento de sus miembros).

La magia se asocia a todas las manifestaciones de la vida cultural y social. Sistemas religiosos, como el animismo o el totemismo, han sido considerados de carácter mágico, y a creencias y ritos modernos, como el espiritismo o el ocultismo, se les atribuye el carácter mágico que demuestra que continúa siendo una realidad viva en nuestra sociedad. Sus acciones mágicas, pueden realizarse a través de:

  • Las palabras: por medio de un conjuro, ensalmo, o encantamiento.
  • Los objetos: por medio de un amuleto, talismán, fetiche, varita mágica, poción (aguas bendecidas o encantadas, plantas como la ruda considerada repelente de males, figuras antropomorfas usadas en rituales de magia negra), etc.
  • Los ritos: de exorcismo, circunvalación, ungimiento, inmersión, propiciación, fecundidad, fundación, trance, videncia, danza, música, etc.

Tipos de magia:

  • Natural o blanca: Su función es el bienestar de los individuos y quienes la practican realizan sus hechizos y sortilegios con el fin o intención positiva de conseguir salud, curación, conocimiento, alejar la maldad, la mala suerte, y todo lo que pueda herir a la persona. Es la que de causas naturales produce efectos aparentemente sobrenaturales. En el medievo, se identificaba con la ciencia o con una de sus ramas. Pueden citarse diversos tipos de sanadores (curanderos, conjuradores, ensalmadores), adivinos y zahoríes.
  • Diabólica o negra: Se considera una especie de religión inversa, sometida a los dioses y fuerzas del mal, pues se realiza con intenciones o fines negativos, de causar daño o perjuicio a algo o a alguien. Está compuesta por brujos, hechiceros y nigromantes que buscan afectar negativamente el bienestar de un individuo y su suerte, afectando a su salud, provocándole accidentes o la pérdida de sus posesiones. Entre estos podemos citar las chactas, alibamones, la santería, el chamanismo, el vudú, el candomblé, el espiritismo, o la wicca.
  • Ilusionismo: Aunque el lenguaje y cultura coloquiales lo identifican con la magia blanca (ilusionista = mago). Es el conjunto de técnicas de manipulación de imágenes y objetos trucados que hacen que el público vea o no vea sucesos aparentemente prodigiosos.
  • La magia homeopática o por analogía: Permite que una cualidad de un objeto se transmita a otro con el que guarda una semejanza. Clavar una aguja en una figura hecha a semejanza de otro, se supone que transmitirá dolores y enfermedades a la víctima de esa acción mágica.
  • La magia contagiosa o por contacto: Permite que una cualidad de un objeto se transmita a otro con el que tiene una relación de contacto real o simbólico. Como el entregar un diente caído al “Ratoncito Pérez”.

A partir del siglo XIII, se reivindicó la magia natural, mientras la negra siguió siendo anatemizada y perseguida. El obispo Guillermo de Auvernia, San Alberto Magno, o Roger Bacon fueron defensores del carácter positivo de la magia natural. Santo Tomás de Aquino creía en la influencia de astros y planetas. Entre los siglos XIII al XVII, la magia natural y algunas otras categorías de prácticas mágicas (como la astrología) eran consideradas como ciencias auténticas, y su enseñanza era impartida en las universidades, con profesores y defensores como J. Duns Escoto, J. Gutenberg, E. de Rotterdam, M. Lutero, J. Calvino, I. de Loyola. El desarrollo de las ciencias experimentales y positivas a partir del Renacimiento, el racionalismo del Siglo de las Luces, y el desarrollo y consolidación de las ciencias modernas del XIX, devolvieron a la magia su carácter marginal en todos los ámbitos.

En el antiguo Egipto, la magia fue tan relevante que, en el Talmud hebreo, se afirma que "diez kabs de magia bajaron al mundo y nueve se los quedó Egipto". La importancia dada a los conjuros, ensalmos y exorcismos fue extraordinaria, a juzgar por los muchos que nos ha transmitido el “Libro de los muertos” (con fórmulas mágicas para Osiris), y otros papiros que contienen fórmulas para facilitar, entre otros, la resurrección de los muertos. O los exorcismos del “Libro de las fórmulas mágicas para la madre y el niño”. Las divinidades más destacadas son Thot, el "dios de la voz creadora, señor de las palabras y los libros", Isis, la dueña de los conocimientos esotéricos, y Khonsou, asociada a las prácticas y rituales mágicos. Se practicó la magia negra, como demuestra un papiro con una invocación del faraón Psamético al dios infernal Seth (enemigo de Osiris).

La magia en las sociedades asiria, babilonia, persas, medos, etc., no sólo tenía una dimensión religiosa, sino también socio-política. Fueron grandes maestros en la astrología y en la confección de calendarios mágicos que además de computar el tiempo, establecían los días fastos y nefastos.

La magia en las antiguas Grecia y Roma, se manifiesta en la importancia no sólo religiosa, sino social y política de los oráculos, como el de Apolo en Delfos, o el de Zeus en Dodona, y las obras literarias, de adivinos que hacían augurios, especialmente los dedicados a Démeter en Eleusis. La Ilíada y la Odisea, por las que transitan personajes tan reveladores como la hechicera Circe. Plinio, en su “Naturalis Historia”, definió la magia como una mezcla de medicina, astronomía y religión, pero la criticó duramente por considerarla fraudulenta. En la Medea de Eurípides, en el Pluto de Aristófanes, o en las composiciones satíricas de Luciano de Samosata, las creencias y ritos mágicos son vivamente descritos.

La magia romana estuvo influenciada por la etrusca, y su rechazo se hizo patente en el ámbito de los cultos de tipo mágico sexual y en el sacrificio ritual de adolescentes. En la Roma arcaica, los árboles y los bosques eran considerados sagrados, e identificados con distintas deidades. Gozaron de fama los oráculos como el de Prenesta, la extracción por un niño inocente de tablillas inscritas dentro de una caja, el filósofo, Apolonio de Tiana, a quien se atribuyó la capacidad de curar enfermedades, resucitar muertos y tener un gran poder sobre el demonio. Apuleyo mostró interés y aprecio por ella en su Apología, y al mismo tiempo la asoció a personajes malignos en su Asno de oro. En la Égloga de Virgilio describe las artes de magia amorosa. En la Eneida se ve en el episodio de la muerte de Dido. La Oda de Horacio alude a un niño raptado y muerto por espíritus malignos.

El cristianismo, desde el principio, consideró la magia como una especie de oscura religión de paganos, como atestiguan la diatriba contra la hechicería en Gálatas, la conversión de Simón el Mago en los Hechos de los Apóstoles, la victoria de Pablo contra el mago Bariesus, o la derrota de los exorcistas en Hechos. Los primeros siglos del cristianismo se desarrollaron bajo el signo del sincretismo. Lactancio, a finales del siglo III, se quejaba de que "los demonios están tratando de destruir el Reino de Dios, y por medio de falsos milagros y de oráculos ficticios tratan de aparecer como dioses verdaderos". San Agustín distinguió entre "goetia" o magia inferior o diabólica, “mageia” o magia general, y "teurgia" o magia superior o purificadora del alma.

La iglesia cristiana durante la Edad Media tuvo una actitud ambivalente: por un lado, asimiló muchas creencias, conceptos y ritos de origen mágico; y por otro, desarrolló una gran lucha contra la brujería y la hechicería. Una prueba de la aceptación y asimilación de las creencias mágicas lo ofrece el tratado Peri enhupnion "Sobre los sueños" del arzobispo Sinesio de Cirene, o la traducción al latín del llamado Picatrix.

El desarrollo de la astrología, la alquimia, adivinación, demonología, el culto a las reliquias, la proliferación de supuestas apariciones y milagros, el terror por el advenimiento del Anticristo y del Juicio final, las persecuciones de brujas y hechiceras, los grandes fenómenos de sugestión colectiva provocadas por las epidemias de peste (La peste), fueron también manifestaciones muy arraigadas en la mentalidad mágica medieval, contribuyendo a la proliferación de sectas, como la monástica de los hesicastas, que alcanzaban visiones de tipo mágico y onírico tras pasar horas recitando plegarias mientras miraban obligatoriamente a su ombligo.

El padre de la magia del Renacimiento fue Marsilio Ficino, autor de “De vita coelitus comparanda”. Otros teóricos de la magia natural fueron, Giovanni Pico de la Mirandola con “Conclusiones cabalisticae”, Paracelso, Giambattista della Porta con “Magia Naturalis”, Giordano Bruno con el tratado “Sobre las ataduras en general”, De magia, Theses de magia y De magia mathematica, Giulio Camillo Delminio, Giovanni Paolo Lomazzo, y John Dee, que ejerció una gran influencia en la corte de la reina Isabel I, y fray Martín del Río, autor de las enciclopédicas “Disquisiciones mágicas”.

El racionalismo ilustrado, explica que en el XVIII cambiase radicalmente la actitud de los intelectuales ante la magia, refugiándose en la tradición popular, y a cuya refutación dedicaron tratados teólogos, científicos e intelectuales, como William Maxwell que sentó las bases de la medicina mágica en su tratado “De medicina magnética”. Christian Friedrich Hahnemann, difundió la homeopatía. El arte de la videncia y de la televidencia fue defendido y explicado por Emmanuel Swedenborg, quien alcanzó una enorme fama porque, era capaz de describir con todo detalle hechos que estaban sucediendo en un momento dado muy lejos de donde se encontraba (incendio de Estocolmo). Gran fama tuvo Giuseppe Balsamo, que predijo la muerte de la reina María Antonieta y la adivinación del número de la lotería de Londres de 1776, o su facultad de médium.

Heinrich Jung-Stilling fue uno de los promotores de la doctrina de los espíritus, entre cuyas teorías estaba la de que el alma podía liberarse del cuerpo y contactar con los espíritus durante los períodos de sonambulismo. F. Mesmer sentaba las bases del llamado magnetismo animal o mesmerismo, luego Georg Konrad Horst se convertía en autor de una Demonomagia y de una Deuteroscopia con creencias mágicas seudocientíficas.

Para Andrew Jackson Davis, fundador del espiritismo moderno, los espíritus eran almas humanas que buscan la perfección pasando a través de esferas purificadoras. Algunos de los médiums más notables de esta época llegaron a ser muy famosos, como Daniel Douglas Home.

La curandería mágica adquirió un extraordinario desarrollo a partir del XIX. Uno de los magos-curanderos más notables fue Valentin Zeileis, que se atribuía la curación, con la ayuda de una varita mágica, de millares de pacientes. A finales del XIX, el albañil Josef Weissenberg, que realizaba operaciones de curación mágica mediante la hipnosis y la sugestión, llegó a fundar un periódico espiritista en el que supuestamente colaboraban los fantasmas de Lutero y Bismarck.

En España autores como Claudio Ptolomeo en su “Tetrabiblos”, o San Agustín en “La ciudad de Dios”, recogen datos sobre las creencias y ritos mágicos de sus épocas. Amuletos, talismanes, pinturas rupestres y representaciones en barro y cerámica de ceremonias rituales y danzas se han encontrado en yacimientos arqueológicos de toda la península Ibérica. Además, algunos de los ritos descritos por geógrafos e historiadores como Estrabón en su “Geografía”, están impregnados de elementos y creencias mágicas. San Isidoro de Sevilla la condenó duramente en sus “Etimologías”, en una época en que la difusión y el arraigo de estas prácticas preocupaban a la Iglesia, como demostró en el año 572 el II Concilio de Braga. Incluso la caída de los visigodos se relacionó con la transgresión de su último rey, Rodrigo, del tabú que le prohibía entrar en la Cueva de Hércules de Toledo.

Las Partidas de Alfonso X el Sabio ordenaron castigos crueles para los magos y hechiceros, aunque también disponían que hubiese galardones para quien lo utilizase con fines buenos. La literatura medieval dejó testimonios de creencias y ritos, que reflejan desde casos de acoso y exorcismo de demonios y de apariciones de vírgenes y santos (Gonzalo de Berceo), hasta horóscopos realizados a niños (Libro de Buen Amor), o leyendas nigrománticas como la del Marqués de Villena. A pesar de las prohibiciones y condenas de todos los sínodos del XV, fue común que los reyes y nobles tuvieran astrólogos y magos a su servicio. En “El laberinto de Fortuna” de Juan de Mena se hace un retrato de una maga de Valladolid que estuvo al servicio de don Álvaro de Luna. Las universidades mantuvieron dentro de sus programas la enseñanza de algunas ramas de la magia y de la astrología hasta el siglo XVII.

La minuciosa anotación de los interrogatorios inquisitoriales nos ha permitido conocer muchas prácticas mágicas (adivinación mediante habas, cedazos y sortilegios, conjuros amorosos, brujería, etc.). También conocemos, gracias a sus confesiones, un corpus amplísimo de oraciones, conjuros y ensalmos prohibidos, como la Oración del Justo Juez, del Santo Sepulcro, del Santo Sudario, del Ánima Sola, de las Ánimas Fieles, de Sta. Marta, de Sta. Elena, el Conjuro de la rosa, etc. En La Celestina se aprecia hasta qué punto la magia y la hechicería, formaban parte de la vida cotidiana de la sociedad española medieval. Muchas otras obras literarias de la época, como las novelas de caballerías y las pastoriles, o La lozana andaluza de Francisco Delicado nos ofrecen datos e informaciones al respecto.

En el siglo XVI hubo muchos tratados reprobatorios contra la magia negra, como las Relecciones Teológicas de Francisco de Vitoria, el difundidísimo Tratado “De las supersticiones y hechicerías y de sus remedios” de fray Martín de Castañega, el De iusta haereticorum punitione de Alfonso de Castro, la Reprobación de las supersticiones y hechicerías de Pedro Ciruelo de Daroca, y el Daemonolotreiae libri de Nicolás Remigio.

En el XVIII con su racionalismo ilustrado y los avances científicos y tecnológicos, se adoptó una actitud beligerante contra ella. Diego de Torres Villarroel fue un incansable satirizador de las supersticiones y prácticas mágicas populares, mientras que fray Benito Jerónimo Feijoo, en su Teatro crítico universal y en sus Cartas eruditas y curiosas, dedicó enorme esfuerzo a denunciar las supercherías y falsedades que escondían las artes mágicas y sus oficiantes. Al tiempo que diversas leyes intentaban limitar o perseguir algunas de estas prácticas. Una carta del Consejo de Castilla de 1767 se quejaba de "los abusos que en España hay de esta especie, así en el que llaman Toro de San Marcos, Mayas, partir la Vieja al medio de la Quaresma, la Quiromancia o Buenaventura que llaman los Gitanos, aparición de difuntos y otras".

Pese a la activa participación de intelectuales como Moratín o Goya, en la labor de sátira, descrédito y erradicación de la magia popular, ésta ha seguido impregnando la vida hasta hoy, y en ocasiones, asociada a la propia Iglesia católica, que ha acogido en su seno manifestaciones místicas que tienen más de mágico que de religioso, como sucede con las prácticas de exorcizar y conjurar demonios que se realizan en los santuarios de Santa Orosia en Huesca o de la Virgen de los Conjuros de Arbeiza (Navarra). En la actualidad, el temor a las brujas o a los echadores de mal de ojo, el uso de todo tipo de amuletos y talismanes, que llegan a anunciarse en la prensa o televisión, las consultas a astrólogos, videntes, exorcistas y curanderos, la proliferación de sectas y de grupúsculos místicos que han integrado la magia dentro de su sistema credencial, son fenómenos que siguen formando parte activa de la vida cotidiana actual.

El desarrollo de la ciencia antropológica facilitó un marco de conceptos y técnicas científicas para un análisis riguroso de los fenómenos mágicos. A finales del XIX, gracias a investigaciones realizadas en las islas de Oceanía, la antropología se interesó por el concepto de mana, que ayudo a entender conceptos de las modernas sociedades, como "destino", "suerte", "fatalidad", "gafe", etc. Sigmund Freud en “Tótem y tabú”, relacionó la magia con la infancia y la neurosis. Por su parte, Bronislaw Malinowski, en “La magia, la ciencia y la religión, y otros ensayos”, concebía la magia como un complejo cultural relacionado con la lógica de las necesidades psicológicas. Edward E. Evans-Pritchard demostró, en “Brujería, oráculos y magia entre los azande” cómo la creencia en fuerzas misteriosas sobrenaturales controladas por el mago, podía garantizar, mediante la autoridad, el respeto y el miedo, el equilibrio y el orden social de la comunidad.

Las confluencias entre lo mágico y religioso, y entre lo simbólico y social, fueron puestas de manifiesto por Claude Lévi-Strauss, defensor de que la religión es la humanización de las leyes naturales, y la magia es la naturalización de las acciones humanas. Otras teorías de signo simbolista, como las de Víctor Turner, que a través de un análisis profundo de los símbolos cifrados en los ritos del pueblo bantú Ndembu (Zambia), ha probado la profunda unidad entre pensamiento simbólico, ritual mágico, sistema religioso y orden social.

En el ámbito español, las teorías sobre la magia se caracterizaron, hasta la primera mitad del XX, por su marcado carácter etnográfico, historicista y cultural, como los trabajos de Constantino Cabal o de Joan Amades. Julio Caro Baroja dio entrada, a teorías de los difusionistas alemanes e incluso del funcionalismo de Malinowski, que combinó con su propia metodología de tipo historicista. Entre sus obras pueden citarse Las brujas y su mundo, Vidas mágicas e Inquisición, Ritos y mitos equívocos, Teatro popular y magia, y De los arquetipos y leyendas. Otras de las manifestaciones de la magia moderna se aprecian en videntes, adivinadores de cartas o del tarot, astrólogos, gurús de los movimientos llamados "Síntesis New Age" y líderes espirituales a sueldo de clientes determinados afloran por doquier, se anuncian en prensa y televisión y llegan a ejercer una influencia considerable, aunque muy heterogénea, en amplios sectores de la sociedad.

ANALOGÍA

El término analogía proviene del griego “ana” (reiteración o comparación) y “logia” (razón).   La analogía por su etimología es la relació...