viernes, 13 de enero de 2023

EL ALFABETO ESPAÑOL


De haberse mantenido la escritura en sus orígenes, un complicado y nutrido conjunto de pictogramas figurativos o ideogramas, el acceso universal a la alfabetización se hubiera visto seriamente perjudicado. La facilidad de manejo era algo esencial para extender la utilización del idioma, y la única manera era contar con uno sencillo, con pocos símbolos, pero de cuya combinación se pudiera seguir la expresión de cualquier concepto. 

Según Aristóteles, la escritura no es más que un conjunto de símbolos de otros símbolos, por lo que lo escrito no representa conceptos sino la voz. Una vez establecido el criterio del habla como base de la escritura, fueron las lenguas semíticas las primeras en crear los alfabetos, tal como hoy los conocemos, imponiéndose al silabario, ya que obliga a manejar de entre veinte o treinta signos, frente a los casi ochenta del silabario. El alfabeto que triunfo, se fraguo en Biblos compuesto por sólo veintidós signos distintos, correspondientes cada uno a un sonido distintos, este se adoptó por los griegos y luego los etruscos de Italia copiaron el modelo griego con veintitrés letras.

El alfabeto, según el DRAE, es el "conjunto de los símbolos empleados en determinados sistemas de comunicación".

Es un sistema de escritura que distingue a una lengua con signos bien diferenciados.

Es la serie ordenada de letras, de un idioma, en orden convencional.

El término deriva del latín “alphabetum”, y este de las primeras letras griegas (alfa y beta), y su sinónimo abecedario deriva de las primeras letras del mismo (a, b, c y d).

Su evolución desde el nacimiento de la escritura hasta hoy, pretende conseguir una mayor adecuación entre la comunicación humana y los diferentes sistemas de escritura surgidos y elegidos para representarla. Los métodos iniciales de la comunicación escrita fueron los pictogramas, ideogramas, logogramas, signos silábicos y alfabetos. Como la escritura es posterior y secundaria al lenguaje, se concibe que un mismo sistema de escritura sea utilizado por diferentes lenguas. Su origen, quizás fuera la necesidad de contabilizar y representar operaciones numéricas, con precedentes en las “cuentas simples” y las “cuentas complejas”.

La escritura cuneiforme sumeria del 3200 a.C., se considera la primera manifestación de auténtica escritura. En las tablillas de arcilla impresa (Uruk), se observa una evolución utilitaria, y se aprecia cómo las lenguas del grupo acadio (acadio antiguo, asirio, babilonio, eblaíta, elamita o hitita) combinan la escritura cuneiforme con pictogramas propios de tipo jeroglífico, que tal vez fueran logogramas y fonogramas mezclados. Hacia el 3100 a.C. los escritos del valle del Indo, cuentan con veintidós jeroglíficos egipcios que representan las consonantes, y otros símbolos para las vocales. En Creta, se desarrolla la escritura jeroglífica, de cuyos pictogramas deriva la escritura Lineal A, y Lineal B. Pero estos sistemas de signos tan complejos son patrimonio de muy pocos, por lo que los escribas acaban por reproducir, con un pictograma el sonido de una palabra, luego con procesos de abstracción y simplificación pasan a representar sílabas con el procedimiento Rebus, surgiendo la necesidad de recurrir a sistemas más sencillos y reducidos que representen los diferentes sonidos, lo que lleva a la creación de alfabetos, con menos de treinta signos. Los primeros alfabetos atienden solo a los sonidos consonánticos, aunque se dan intentos por hacer notar las vocales que pueden acompañarlos, como ocurre en arameo o hebreo, hasta llegar al griego, tal y como hoy se entiende.

Los cananeos crearon el alfabeto protosinaítico o protocananeo, y se mantuvo hasta la invasión fenicia. En la zona de la actual Ras Shamra, se hallaron tablillas de arcilla inscritas, de finales de la Edad del Bronce. Ugarit era, entonces, un importante enclave comercial donde se hablaban y utilizaban varios idiomas y sistemas de escritura, con predominio del cuneiforme acadio. Con la destrucción de Ugarit en el 1200 a.C., desaparecen los alfabetos cuneiformes y se reemplazan por el fenicio. Las actividades comerciales de los fenicios hicieron que su alfabeto se propagara rápidamente, además de que era de fácil aprendizaje, cómodo, económico, horizontal y de derecha a izquierda. Se basó en un sistema consonántico, llamado abyad, con veintidós letras, y signos que en cierta posición indicaban una vocal. Logró adaptarse al alfabeto arameo, y al griego (base del latino, cirílico y el copto de Egipto), por lo que el fenicio es el ancestro de los modernos. La relación directa del protocananeo y el fenicio se conoce gracias al hallazgo de inscripciones procedentes de El-Khadr, y de la ciudad de Biblos, siendo la más antigua la del sarcófago de Ahiram, del 1100 a.C., con escritura multidireccional.

Hay inscripciones procedentes de Babilonia y de los alrededores de Eilath, escritas en proto-arábigo, considerado una evolución del protocananeo y precursor del alfabeto sud-arábigo (500 a.C.) con veintinueve letras. En Arabia se dieron escrituras que servían para transcribir lenguas como el talmúdico, safaítico y lihyático. El alfabeto árabe o alifato, deriva del arameo y el nabateo, y es uno de los más extendidos por el avance del islam, pero su papel en la historia de Oriente y del Mediterráneo no cobra importancia hasta después de Cristo. El árabe, que se escribe de derecha a izquierda, tuvo dos variantes, una monumental y otra cursiva, usada ésta en papiros y pergaminos, siendo la más significativa la variante cúfica.

Las escrituras semíticas, como el hebreo, el arameo y sus derivadas, al igual que el fenicio, no anotaban las vocales, si bien empezaron a usar signos con puntos escritos encima o debajo de las letras, llamados “Mater lectionis”, para saber la pronunciación en cada caso. El alfabeto semítico apareció sobre el 1800 a.C., influido por el sistema de escritura egipcio. Estos integraron un total de treinta símbolos. Este alfabeto en su evolución fue pasando por el protosinaítico (s. XV a.C.); ugarítico (s. XIV a.C.); fenicio (s. VIII a.C.); arameo (s. VIII a.C.); hebreo bíblico y antiguo (s. VII a.C.); sudarábigo (s. v a.C.); y tamudeo (s. II a.C.)

Entre las inscripciones hebreas, procedentes de Samaria, Arad y Jerusalén, la más antigua es el “Calendario de Gézer” del s. X a.C., que contiene un catálogo de actividades agrícolas. Esta escritura usada en la literatura religiosa, se abandonó por la diáspora judía, aunque no desapareció del todo, pues aún se encuentra en los rollos del Mar Muerto, en monedas y en textos de época hasmonea (150-30 a.C.), herodiana (30 a.C.-70 d.C.) y hasta casi el 135 d.C. Sin embargo, a partir del s. VI a.C., la comunidad rabínica y los judíos ortodoxos abandonan esta escritura y la sustituyen por el arameo, con el que reescribieron textos sagrados, como la Misná o la Torá. De esta escritura derivaría la escritura hebrea cuadrada, implantada en el s. III a.C. Además, hay otras lenguas semíticas cuyos alfabetos derivan del fenicio, como la moabita (inscripción de Mecha), y la edomita, de los s. VII y VI a.C. Con el arameo se propagó la escritura alfabética de forma espectacular, ya que fue el idioma oficial de los imperios babilónico tardío, asirio y persa; incluso se utilizó en Egipto, Arabia, Cilicia, Anatolia, Afganistán o la India. La zona siriaca se convirtió en el centro del cristianismo dentro del mundo árabe, por ello se tradujo la Biblia (200 d.C.) a este dialecto arameo, denominado siriaco, y se extendió desde Palestina a lo largo de la ruta de la seda.

Las runas aparecen en el s. I-II d.C. vinculadas a las lenguas gótica, danesa, inglesa, frigia, franca, sueca, noruega y de otras tribus de la Germania central. El alfabeto consta de veinticuatro letras y se escribe al modo “bustrofedon”. El ogam de origen celta, se basa en una combinación de trazos y muescas, que aparentan líneas y puntos.

Tras la destrucción de los palacios de Cnosos (1380 a.C.) y Pilos (1200 a.C.), no hay apenas escritos, hasta que surgen los primeros del alfabeto griego, tomado del fenicio (vasija de Dípilon de Atenas, o la copa de Ischia). El griego asignó a cada vocal y consonante un símbolo distinto, siendo el punto de partida para crear nomenclaturas técnicas de matemáticas, lógica, astronomía, física y otras ciencias, y con el paso del tiempo fijo la disposición de la escritura de izquierda a derecha. En Egipto, los cristianos usaban el copto como lengua oficial de la Iglesia y utilizaban un alfabeto copto procedente de uno griego llamado sahídico, con veinticuatro caracteres, a los que unieron seis signos de la escritura demótica egipcia para representar algunos sonidos coptos inexistentes en griego. La otra gran difusión del alfabeto griego fue hacia los alfabetos eslavos, como el cirílico basado en el griego bizantino, y cuya invención se atribuye a san Cirilo (827-869) que, junto con su hermano san Metodio, predicaron el evangelio entre los pueblos eslavos, creando el glagolítico como el primer alfabeto eslavo.

Con la llegada de los romanos a la Península se usó la escritura fenicia y sus variedades, y la griega en las colonias que estos pueblos fundaron en las costas del Sur y Levante; la ibérica con sus tres formas, ibérica, turdetana y bástula; ulfilana (letra del s. IV, con la que el obispo visigodo arriano Ulfila, tradujo la Biblia); visigoda (usada en sus actas y contratos, en el romano usado en la Península tras la caída del Imperio de Occidente); cartaginesa (parecida al fenicio). Tras la conquista romana se generalizó el uso de su escritura, en sus variedades (mayúscula capital, uncial, minúscula, cursiva, albalaes, redonda, cortesana, itálica, y procesal).

El alfabeto romano procede de la variante usada por los griegos calcídicos asentados, en el s. VII a.C., en la Magna Grecia (Alfabeto de Cumas), y del etrusco. El primer alfabeto latino arcaico (s. III a.C.) contaba con veintiuna letras, y se fue difundiendo por el mundo a medida que Roma se convertía en potencia mundial. Hasta el s. IV se empleaban de forma generalizada las letras mayúsculas, sin espacios ni signos de puntuación, pero al escribir cartas y otros documentos, y para facilitar su escritura sobre el papel, fue tomando un aspecto más cursivo, luego Carlomagno aprobó la minúscula. Tras la conquista de Grecia durante el siglo II a.C., la Z volvió a introducirse y se añadió la Y. La adición de G se atribuye a E. C. M. Ruga, liberto que creó la primera escuela de gramática en Roma (250 a.C.). El alfabeto sufrió nuevas adiciones debidas a la iniciativa del emperador Claudio (50 d.C.), si bien no prosperaron, y el alfabeto latino clásico quedó compuesto por veintitrés letras. En el s. XIII, se introdujo la W como la secuencia de dos uves; y para el siglo XVI, se distinguieron los fonemas /j/, /i/, /u/, /v/, dando lugar a la creación de la letra J y la vocal U (en el s. XVIII), quedando el alfabeto latino con veintiséis letras, más modificaciones y letras adicionales según el idioma de que se trate (el español incluye la ñ).

Las Glosas Emilianenses (s. X) del monasterio de San Millán de la Cogolla, son el primer texto conocido en lengua castellana. A finales del XI y con la llegada de los monjes de Cluny se introdujo en los reinos de Asturias, León y Castilla, Aragón y Navarra el alfabeto romano, alternando primero su empleo con la escritura visigoda y en el XII de forma exclusiva. En la Alta Edad Media, el latín evoluciona formando las lenguas romances (español, italiano, francés, portugués, rumano…). Por entonces, también se extendió el uso de la minúscula, relegando el uso de las mayúsculas a casos particulares. La dominación de Roma hizo del alfabeto latino la forma universal de escritura en todas las lenguas occidentales romances, anglosajonas e, incluso otras como el turco, que ha sustituido el alfabeto árabe por el latino o, el japones que, aunque mantienen su sistema tradicional, desde la década de 1980 han incorporado la grafía occidental, denominada por ello romaji. Del mismo modo los chinos intentaron una latinización de los caracteres creando una grafía fonética, el pinyin.

Desde 1803, con la publicación de la 4ª edición del Diccionario Académico, el alfabeto español contiene 29 grafemas (27 letras y 2 dígrafos), cada una de las cuales puede adoptar la figura y tamaño de mayúscula o minúscula. Los dígrafos ch y ll, se consideraron letras (4ª y 14ª, respectivamente, del abecedario, pues cada uno de ellos representa un solo fonema). En el 10º Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española (1994), se acordó reordenar esos dígrafos en el lugar que el alfabeto latino universal les asigna. Así pues, las palabras que comienzan por Ch se registrarán en la letra C y las que comienzan por Ll, en la letra L, de manera que el alfabeto español consta de 27 letras para representar 24 fonemas. En el Siglo de Oro, el alfabeto estaba casi completo, y en el 1969 se completa con la incorporación de la letra Ñ y la W. Al principio no existían las letras minúsculas, pero, la necesidad de escribir sin tener que levantar la mano, hizo que surgieran las letras minúsculas de forma redondeada, y la cursiva para escritos más cuidados. Las leyes sobre su uso, y la tecnología del s. XX hizo posible la accesibilidad a normas y lenguas en función de sus características.

Hoy el español es idioma oficial en países de los cinco continentes; es la tercera lengua más hablada en todo el mundo; es uno de los idiomas más sencillos de aprender, por su sencilla pronunciación. Sus letras más utilizadas son la a, e, q, s, l, y la más peculiar y representativa la ñ y su virgulilla (aparece con los copistas medievales al poner una raya encima de una ene doble y ahorrar espacio).

El alfabeto español está formado por veintisiete letras (a-b-c-d-e-f-g-h-i-j-k-l-m-n-ñ-o-p-q-r-s-t-u-v-w-x-y-z), al tener solo en cuenta a los signos simples, constituidos por una letra. No forman parte del abecedario los cinco dígrafos (ch, gu, ll, qu y rr), o secuencias de dos letras que representan un único sonido. Las veintisiete letras (veintidós consonantes, y cinco vocales) quedaron oficialmente establecidas al publicarse la nueva Ortografía de la Lengua Española (2010). La RAE recomienda emplear un solo nombre para cada letra, sin considerar erróneas otras denominaciones, y establece para, la b “b”, i “i”, y “ye”, v “uve”, w “uve doble”.


  

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