jueves, 16 de mayo de 2024

LA MENTIRA

 La mentira es una expresión o manifestación contraria o inexacta de lo que se sabe, se cree o se piensa.

Mentir es faltar a la verdad, engañar, ser deshonesto, decir lo que no se piensa, expresar sentimientos que no se tienen, crear vanas ilusiones, ofrecer impresiones falsas, temer a las consecuencias de la sinceridad, y ser infiel a nosotros mismos y a nuestros allegados.

El prolijo refranero español nos dice: Antes se coge al mentiroso que al cojo. El mentiroso ha de ser memorioso. El que por mentiroso es tenido, aunque diga la verdad no es creído. Mentir y comer pescado requieren mucho cuidado. En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso. La mentira no tiene pies. La truchas y las mentiras cuanto mayores mejores. Bien me quieren mis vecinas porque les digo mentiras. Más vale una verdad dolorosa que una mentira piadosa…

El problema moral de la mentira es que sus logros se sustentan sobre bases falsas, por ello crean espejismos e ilusiones, y suponen una forma de negación de nosotros mismos, de nuestra verdad y de quiénes somos en realidad. Es un contravalor moral, por eso, mientras la verdad propicia relaciones basadas en la confianza y el respeto, la mentira fomenta la desconfianza, la sospecha, la duda y la incredulidad entre las personas, dificultando las relaciones sociales al traicionar la confianza dada.

El hombre es un animal social, emocional y mentiroso. Decir mentiras forma parte de la condición humana, y es un mecanismo de adaptación importante y funcional. Mentir es un rasgo de inteligencia que conlleva una consecuencia emocional. Desde niños aprendemos a mentir porque descubrimos que tergiversando ciertos hechos de la realidad podemos conseguir ciertos objetivos. En principio esto es un rasgo de adaptación que nos ayuda a afrontar situaciones de miedo o culpa, a construir la identidad y a aprender a relacionarnos con los demás (mentiras piadosas). A veces, la mentira parece la salida más fácil, pero a largo plazo, la honestidad es más beneficiosa. El problema de las mentiras se da cuando su fin no es adaptarnos, sino evitar afrontar un hecho que nos resulta complejo. Cuando las mentiras excesivas se producen, comenzamos a sentir inseguridad y ansiedad.

A los cinco años el niño comienza a desarrollar la personalidad social, a ser cooperativo, aprender y respetar reglas de comportamiento, aunque persisten brotes egocéntricos y agresivos. Puede hacer pequeños recados pues le encanta ayudar al adulto. Posee sentido del humor en referencia a lo absurdo, lo exagerado o las desarmonías corporales (caídas, tropezones, gestos). Dice mentiras, no cree lo que dice, pero lo dice para evitar castigos o satisfacer al adulto. Según R. Wiseman si traes niños a una sala y les dices “Estamos poniendo tu juguete favorito detrás de ti, pero no mires”, y luego repites la advertencia antes de abandonar la sala. Si los ves a través de cámaras, al cabo de unos minutos mirarán el juguete, explica el psicólogo. "Si utilizas para el experimento a niños de tres años (cuando comienzan a perfeccionar su lenguaje), veras que la mitad de ellos responden que no miraron el juguete si les preguntas", y agrega que a los cinco años ya ninguno de ellos dirá la verdad.

Aunque nos cueste reconocerlo todos mentimos alguna vez en diferentes aspectos y por diferentes motivos:

  • Socialmente. Mentimos para integrarnos en un determinado colectivo o para generar una imagen determinada. El fin en sí mismo es positivo (conectar con el otro). El motivo es la inseguridad (no confiamos en nuestras capacidades personales). El problema es que las mentiras nunca se sostienen en el tiempo, y las relaciones personales se deterioran por esta costumbre, basada en el miedo.
  • Familiarmente. Mentimos por miedo a las consecuencias. Cuando tememos que el otro sienta ira, decepción o rechazo, ocultamos cierta información relevante porque tememos las posibles consecuencias. Esto nos lleva a comunicarnos de forma opaca en lugar de asertiva, lo que nos hace sentir aislamiento, ansiedad y agobio.
  • Profesionalmente. Mentimos para ocultar información cuyas consecuencias tememos, para impresionar, o para crear una serie de expectativas que no se pueden cumplir. Mentimos por miedo a no cumplir con las exigencias que nos creamos.
  • Sentimentalmente. La mentira es más frecuente y es donde ocasiona más problemas. Mentimos porque tememos las consecuencias de nuestras acciones, también podemos llegar a desarrollar el hábito de mentir para sentir adrenalina y seguridad personal.

Los diferentes tipos de mentira son:

  • Blanca. Es la afirmación o información falsa que no afecta a nadie ni causa daño a nadie, sólo tiene como función aliviar la conciencia.
  • Compulsiva o patológica. Algunos mienten de forma constante, incluso sin motivo aparente, pudiendo llegar a ser un trastorno.
  • De autoengaño. Nos engañamos a nosotros mismos para sentirnos mejor o justificar nuestras acciones.
  • De autoprotección. Estas mentiras surgen cuando tememos las consecuencias de decir la verdad.
  • De conveniencia. Se dicen para obtener algún beneficio personal, como evitar una multa o conseguir un favor.
  • De distracción. Cambiamos de tema o desviamos la atención para evitar hablar de algo incómodo.
  • De evasión. Se utilizan para evitar una situación incómoda o una pregunta directa.
  • De exageración. Cuando inflamos la realidad para impresionar o llamar la atención.
  • De manipulación. Se utilizan para influir en las decisiones o acciones de los demás.
  • De negación. Negamos algo que es cierto.
  • De omisión. Cuando no decimos toda la verdad y omitimos información relevante para manipular la percepción de los demás.
  • De reestructuración u oficiosa. Se altera la información para que suene más favorable. Se dice para agradar o servir a alguien y beneficia en un sentido muy leve a quien la dice.
  • De venganza o negra. Se dicen con la intención de dañar a alguien (revelar un secreto).
  • Noble. Se utiliza en la política haciendo referencia a la falsedad de los gobernantes, la cual se suele utilizar para preservar la armonía dentro de una sociedad.
  • Piadosa. Es la que se dice a alguien para evitarle un disgusto, una situación incómoda o molesta, o una tristeza innecesaria. Tras esta mentira siempre hay una buena intención. Son mentiras que tienen justificación y, para muchos, son perdonables.
  • Por error. Son las que hacemos sin darnos cuenta. No son deliberadas ni premeditadas, simplemente sucede que la persona que ha dicho algo está convencido de que ha dicho algo verdadero, pese a que no lo es.

La doctrina cristiana asocia la mentira al pecado y explica, que el origen de la mentira se relaciona con el diablo, pues, según Juan “El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio”.

Todos los casos tienen un factor en común, mentimos para adaptarnos y conseguir ciertos objetivos personales sin dañar a otros, pero podemos mentir en exceso debido a una serie de emociones fundamentales (inseguridad hacia nuestras capacidades, culpa y miedo por las consecuencias de las mentiras en sí mismas). Mentir es como una bola de nieve y cada vez nos resulta más difícil salir de ella. El problema es cuando no sabes entender y gestionar lo que sientes, y llegas a la mentira compulsiva condicionando tu conducta y generando un estado de ansiedad, preocupación y agobio.

Mentir, o al menos decir alguna que otra mentirijilla, es un pegamento social que nos une a todos. Lo que definimos como mentir es cuando alguien se propone engañarnos ya sea con palabras o acciones, pero en realidad, las conversaciones normales sólo tienen lugar porque nosotros no decimos exactamente lo que pensamos o queremos decir. Imagina que tu interlocutor te dice lo que realmente piensa sobre ti y tus decisiones. Ser el 100 % sinceros puede causar más mal que bien y éste es un tipo de acuerdo clave en muchas interacciones sociales, y nos mantiene en un mundo de paz y armonía.

Alrededor de un tercio de la población cuenta una mentira cada día, dice el psicólogo R. Wiseman. Aun así, una encuesta reciente muestra que un 5 % de nosotros asegura no haber mentido jamás.

Nos creemos buenos rastreando a los mentirosos, pero cuando pones a dos personas y les muestras un video donde una persona miente y otra dice la verdad, solo el 50 % de ellos sabrá cuál es cuál. Algunos mentimos mejor que otros, y R. Wiseman tiene una prueba para distinguir a ambos grupos. Se le llama "la prueba Q" y se puede completar en cinco segundos.

Extiende el dedo índice de tu mano dominante y dibuja una Q en tu frente.

La pregunta es, ¿pusiste el palito de la Q sobre tu ojo derecho o izquierdo? O ¿dibujaste la Q de manera que la lees tú o la persona de enfrente? La teoría indica que, si pusiste el palito sobre tu ojo izquierdo o para que la persona de enfrente lo lea, siempre piensas en cómo otras personas te ven y, por tanto, deberías ser un buen mentiroso. Pero si la dibujas para ti, ves el mundo desde tu punto de vista y tiendes más a la honestidad.

La razón por la que no somos buenos detectando mentirosos es porque somos seres visuales, y nos apoyamos en este tipo de pistas cuando intentamos descubrir a un mentiroso: ¿se mueven alrededor del asiento?, ¿gesticulan mucho?, ¿cómo son sus expresiones faciales? Pero los buenos mentirosos saben las señales de alarma que el interlocutor busca para descubrirnos. Sin embargo, para los mentirosos es mucho más difícil controlar lo que dicen y cómo lo dicen. Los mentirosos, en general, hablan menos, tardan en responder preguntas y tienden a distanciarse emocionalmente de sí mismos, por eso no utilizan palabras como yo, mi o mío.

En el reino animal, las criaturas se mienten unas a otras usando camuflajes o comportamientos para sobrevivir. A veces, los gallos emplean el cacareo que anuncia la comida para atraer a las gallinas, y una vez se acercan, utilizan el truco para copular en vez de comer. También algunas de las aves que se aparean de por vida se involucran de forma oculta en otras relaciones si consideran que su amante aumenta sus probabilidades de mejorar su descendencia.

El engaño táctico tiene un largo historial de evolución en las especies. Una sociedad avanzada que se desarrolla en armonía es la que sabe engañar de vez en cuando. Algunos estudios muestran que mientras más sofisticado es el animal, más comunes son este tipo de juegos.

miércoles, 1 de mayo de 2024

EL PLACEBO

Placebo es futuro imperfecto de indicativo del verbo latino placere “causar placer”.

Según el DRAE es la sustancia que, careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto en el enfermo, si este la recibe convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción.

Se entiende por efecto placebo a la disposición de naturaleza curativa que posee un determinado tratamiento médico o agente terapéutico sin ningún tipo de efecto farmacológico, es decir son el grupo de efectos que influyen en la salud por medio de un acto médico u otro tratamiento terapéutico. El efecto placebo es la acción curativa o de mejoría resultante de tomar una sustancia que sin tener actividad farmacológica tiene un efecto terapéutico si el paciente que la ingiere cree que es un medicamento efectivo. Es un fenómeno en el que la expectativa positiva del paciente hacia un tratamiento puede llevar a mejoras reales, aunque el tratamiento en sí mismo no tenga propiedades curativas. Esto destaca la conexión entre la mente y el cuerpo, y cómo las expectativas y creencias pueden influir en la salud.

Generalmente hace referencia al hipnotismo en el que recae el cerebro después de que un individuo ha ingerido un elemento con supuesto poder curativo, aunque no sea así, y sin embargo este imita los posibles efectos farmacológicos que tendría. En otras palabras, es un elemento que no tiene un impacto directo en la enfermedad o síntoma tratado, pero puede generar mejoras en la salud debido al efecto psicológico y emocional de la creencia en su eficacia.

A nivel neurofisiológico se ha demostrado que la aplicación del placebo estimula la corteza frontal, el núcleo accumbens, la sustancia gris y la amígdala activando las vías dopaminérgica y, en menor medida, la serotoninérgica. Esta activación provoca una sensación de recompensa y relajación que coincide con la mejoría percibida por los pacientes. Sin embargo, el mecanismo de acción del efecto placebo sigue siendo, en parte un misterio. Lo intrigante de este proceso es que parece tratarse de un fenómeno en el que el pensamiento abstracto llega a influir procesos mentales muy básicos y primitivos, que actúan de manera parecida en animales no humanos.

Muchos lo describen como un fenómeno psicológico ya que los síntomas de un paciente pueden mejorar consecutivamente a través de los tratamientos que contienen sustancias placebo, siempre y cuando el paciente no tenga noción alguna de que esta ingiriendo un placebo en lugar de un fármaco. Según estudios, la posible explicación fisiológica del efecto correspondería a la estimulación de una de las áreas del cerebro, al auto influenciar el paciente en su cerebro y cuerpo por la creencia de su curación, por ello el efecto placebo no posee la misma eficacia para todos los pacientes, pero es muy útil sobre todo cuando se trata de enfermos hipocondríacos, en los que es muy frecuente que no exista una patología real y sí un problema psicológico.

El término hipocondría puede aplicarse tanto a una característica psicológicamente estable de un sujeto, que es la denominada hipocondría primaria, o a una respuesta transitoria que aparece en la persona ante signos corporales de alarma que le llevan a prestar mayor atención de la habitual a su salud, denominándose en este caso el trastorno como hipocondría secundaria.

Parece ser que la buena esperanza de los pacientes por curarse está relacionada con la emisión de ciertas sustancias por parte del cerebro, denominadas endorfinas. En el efecto placebo y en la sugestión y otros métodos psicoterapéuticos, la liberación de estas sustancias por el propio organismo tiene buenos efectos.

La farmacología, que se compone de fármaco y -logía (tratado de los medicamentos y de su empleo), es la ciencia que trata de la naturaleza y propiedades de los fármacos, principalmente de sus acciones sobre los organismos vivos.

La farmacología clínica ha puesto de manifiesto la importancia del tratamiento farmacológico individualizado, porque los individuos responden a los tratamientos de forma diferente, en función de las características del fármaco, la dosis que se administra, las características particulares del paciente y de su enfermedad, y de las interacciones con otros fármacos administrados simultáneamente.

La farmacodinámica estudia las variaciones funcionales provocadas por la acción de los medicamentos sobre el organismo, el metabolismo y su eliminación.

La farmacocinética estudia las variaciones de concentración frente al tiempo, a lo largo de los procesos de absorción, distribución y eliminación de medicamentos

La farmacogenética estudia las variaciones en las respuestas a los fármacos debidas a causas genéticas o hereditarias.

El triunfó del tratamiento de las enfermedades por medios químicos, se debe al biólogo y médico Paul Ehrlich, y ya en el s. XX el descubrimiento de las vitaminas, las hormonas y los antibióticos influyeron en la medicina y la sociedad decisivamente.

En general, los fármacos se pueden eliminar por medio de procesos metabólicos y en numerosas ocasiones, a través de la excreción. Por esta última razón se hace muy importante considerar la utilización de fármacos en pacientes con insuficiencia renal o hepática.

En ocasiones el placebo se utiliza con fines terapéuticos, pero siempre y cuando se cumplan dos condiciones básicas:

  • Si no es posible recurrir a un tratamiento farmacológico eficaz.
  • Si se considera que puede ser útil para el desarrollo de una psicoterapia.

Hay que tener claro que el placebo no cura la enfermedad primaria real, sino que sirve para aliviar síntomas superficiales.

El placebo que se utiliza en medicina suele estar compuestos por azúcar (píldoras) o sueros carentes de actividad (líquidos). Sin embargo, cabe decir que su principal componente es el convencimiento del paciente de que está tomando un medicamento real.

Por otra parte, el placebo o, mejor dicho, el efecto placebo, constituye el argumento fundamental que la medicina tradicional esgrime en contra de las terapias alternativas, que en la mayoría de los casos carecen de estudios clínicos concluyentes que demuestren su eficacia.

En nuestra vida diaria es frecuente que tomemos medicamentos y nos sometamos a diferentes tratamientos para mejorar la salud o superar un problema concreto. Quien no ha oído hablar de las ventajas de algunas técnicas que sin gozar de reconocimiento científico hay gente que dicen que les funciona. Tanto en estos casos como en muchos otros tratamientos más reconocidos, podemos preguntarnos si lo que nos tomamos o hacemos tiene un efecto real en nuestra salud.

Entendemos como efecto placebo aquel efecto positivo y beneficioso producido por un elemento que por sí mismo no tiene un efecto curativo en la problemática que se está tratando por el mero hecho de su aplicación, pero el hecho de que se está recibiendo un tratamiento provoca la creencia de que se va a mejorar, cosa que por sí misma provoca la mejoría.

La consideración de placebo no se circunscribe únicamente a sustancias, sino que también puede aparecer bajo tratamientos psicológicos, cirugías u otras intervenciones.

Su funcionamiento se explica a nivel psicológico por dos mecanismos básicos: el condicionamiento clásico y las expectativas.

El paciente que recibe el placebo tiene la expectativa de recuperarse, en función de la historia de aprendizaje seguida a lo largo de su vida, en la que generalmente se produce una mejoría tras seguir un tratamiento. Estas expectativas condicionan la respuesta al tratamiento, favoreciendo la respuesta de recuperación de la salud. A mayor expectativa de mejora, mayor es el efecto del placebo, con lo que el condicionamiento será cada vez mayor. Eso sí, para que funcione correctamente el primer paso debe ser exitoso.

Otros factores que influyen en este efecto psicológico. El efecto placebo también se ve mediado por la profesionalidad y la sensación de competencia que proyecta quien lo administra, el contexto en el que se lleva a cabo la toma, el tipo de problema al que se hace frente y otras características como el coste, la presentación, los materiales o los rituales necesarios para tomarlo.

Placebos de apariencia más cara y elaborada tienden a ser más efectivos. Por ejemplo, una pastilla de azúcar es más efectiva como placebo si tiene forma de cápsula que si tiene forma de terrón. De algún modo, la apariencia de exclusividad hace que las expectativas sobre su eficacia suben o bajen de manera paralela a esta.

El uso de placebos es común en ensayos clínicos (con el sistema de doble ciego) para evaluar la eficacia de nuevos medicamentos, pues con ellos los investigadores determinan si los efectos observados son atribuibles al tratamiento en sí y continuar con la investigación, o sí son el resultado de factores psicológicos y entonces cerrar la investigación. Los tratamientos que se emplean en la práctica clínica deben ser testados para poder comprobar su efectividad real. Para ello es frecuente el uso de una metodología de casos y controles, en que se establecen dos grupos de individuos. A uno de los grupos se le aplica el tratamiento en cuestión, y al segundo, conocido como grupo control, se le administra placebo. El uso de un placebo en el grupo de control permite observar la eficacia del tratamiento en cuestión, puesto que deja comprobar si las diferencias entre el pretratamiento y el postratamiento percibidas en el grupo que recibe el tratamiento son debidas a éste o a otros factores externos a él.

En ocasiones se aplica el efecto placebo en la práctica clínica. Las razones más frecuentemente son la demanda injustificada de medicamentos por parte del paciente, o bien la necesidad de calmarlos, o el agotamiento de otras opciones terapéuticas. Asimismo, muchas terapias alternativas y homeopáticas se benefician de este efecto, motivo por el cual a pesar de no poseer mecanismos de acción relacionados con efectos de eficacia real en ocasiones resultan de cierta efectividad.

Un placebo es un medicamento, sustancia o cualquier otro tipo de tratamiento semejante a un tratamiento normal, pero que no posee efecto activo, es decir, no genera ninguna alteración en el organismo. Este tipo de medicamento o tratamiento es muy importante durante las pruebas para descubrir un nuevo medicamento, puesto que, en los grupos de prueba, unos realizan el tratamiento con el medicamento nuevo, y otros lo hacen con un placebo. De esta forma, si los resultados son iguales para los dos grupos, es signo de que el nuevo medicamento no ejerce ningún efecto. Sin embargo, el efecto de placebo también posee un papel importante en el tratamiento de ciertas enfermedades porque, aunque no provoque ninguna alteración en el organismo, puede modificar la forma como la persona se siente, ayudando a mejorar los síntomas e incluso hacer con que el tratamiento que ya se estaba llevando a cabo sea exitoso.

El efecto placebo es utilizado con éxito en el tratamiento de problemas como: Depresión. Alteraciones del sueño. Síndrome del intestino irritable. Dolor crónico. Menopausia. El uso de placebos no ayuda a curar enfermedades, sólo es capaz de aliviar ciertos síntomas, especialmente los que están relacionados con la salud mental.

LA MENTIRA

  La mentira es una expresión o manifestación contraria o inexacta de lo que se sabe, se cree o se piensa. Mentir es faltar a la verdad, e...